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Desde la Bahía

El respeto al cadáver

¿Quién queda vivo de aquella lucha fraternal? Ya sólo hay cadáveres y tres cuartos de siglo de por medio

Publicado: 30/04/2023 ·
18:38
· Actualizado: 30/04/2023 · 18:38
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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Es curioso, pero la realidad lo confirma que, para el enemigo del cristianismo o el ateo, en general, es más cierta la existencia de otra vida, que para un elevado número de creyentes.

El guardar objetos o cosas, sean las que sean, es muy propio de la condición nostálgica y también de todos aquellos que precisan de un icono para recordar la historia de su vida. Los lazos de amor y odio no se rompen, aunque una de las partes haya perdido toda inercia y vida.

Enajena el pensar cómo sería la primera reacción del hombre o mujer -sapiens- al ver morir, quedar frío e inerte, cualquiera de sus seres queridos. El hecho de cavar una fosa en tierra, introducir el cadáver y cubrirlo con la misma tierra levantada, fue la primera oración no hablada, al par que una acción de agradecimiento al “barro y limo” que nos regaló su existencia y que, tras su muerte, se le devolvía inmóvil y envuelto en lágrimas de amor. El respeto a los muertos había hecho su aparición, sin precisar de un código penal.

Las creencias están arrinconadas, en desuso, aunque sin perecer. Para el creyente, cuando la vida física ha concluido, el alma libre de envoltura, tiene señalado y lo sigue fielmente, el camino que se le ha asignado por parte de su creador. El cuerpo es ya sólo una materia inerte, pero en esa materia, mientras tuvo movimiento, depositamos la caricia, la ternura el abrazo y el beso. De ahí el respeto que las cosas inertes o ya no servibles, deben infundirnos. Para el ateo la vida es una película o comedia cómica y trágica, que acaba con la palabra “fin”. Le encanta la materialidad de la vida, lo palpable, lo que la vista alcanza, sin que su retina vaya más allá de lo observable, ni sus oídos más allá de lo audible, ni su encanto más allá del tacto. Sepultan sus cadáveres, pero los respetan más si llegan a ser esculturas sobre pedestal, rótulos de calles o plazas o mausoleos iconoclastas. Afirman que la materialidad del cuerpo tiene su limitación cronológica y, tras ello, se autodestruye.

Había un hombre excelente cazador de animales de gran volumen y fiereza, que en la mejor sala de su casa tenía a modo de alfombra la piel extendida de uno de esos felinos. Le tenía un gran aprecio. Un día se la encontró totalmente destruida. Preguntando qué había pasado le informaron que había sido su perro de caza. A pesar del enorme enfado, el hombre no agredió al perro, solamente -y aquel inteligente animal lo comprendió- le dijo: Tenías que haber sido igual de bravo cuando esta fiera tenía vida y, sin embargo, el día de su cacería, bien que estuviste escondido. Habrá que enseñarte a hacer un código, que castigue acciones como ésta, si se repiten.

Al hombre también ha habido que insertarle en el código penal un artículo, el 526, donde se indica que se castiga al que, faltando al respeto debido a la memoria de los muertos, viola los sepulcros o sepulturas, profana un cadáver o sus cenizas, o con ánimo de ultraje, destruyere, alterare o dañare, las urnas funerarias, panteones, lápidas o nichos.

La historia de “malos y buenos” nos entusiasmaban de niño, viendo las películas del “Oeste americano”. La realidad está en las antípodas de esta idea. Pero los gobiernos e ideales de partido siguen estando en esta puerilidad de consecuencias muy graves la mayor parte de las veces.  Nuestro pasado próximo es claro ejemplo de esta división, donde cada uno demoniza, al contrario, en vez de hacerse una “endoscopia de conciencia” es decir “un mirar hacia dentro” que nos llevaría a comprender que daños y virtudes estuvieron muy igualados.
Nos seguimos enfrentando hace ya demasiados años a una corriente de hostilidad que no vamos a sobrepasar hasta que comprendamos que quien mejor destruye el odio, aún existente, es el olvido. Que sepamos que este odio no es ciego, sino al contrario, tiene ojo de águila para la venganza y el asesinato, que fue la moneda de cambio y destrucción en nuestra indeseable contienda.

¿Quién queda vivo de aquella lucha fraternal? Ya sólo hay cadáveres y tres cuartos de siglo de por medio. Las personas que perdieron la vida en ese conflicto armado, todas ellas, sin excepción. merecen un trato respetuoso y digno, que favorecerá nuestra condición humana y el deseo de no repetir semejante escenario. Jugar con cambios de lugar de los restos de las personas, no apaga los sentimientos, ni los recuerdos, en aquellos que le apreciaron, más al contrario, aviva una llama que sólo puede originar quemaduras o fuego. Aparte de esto, y como dice el Código Penal, es una humillación y asalto a la dignidad, del cadáver, no hacia lo que hizo este en vida, que puede y debe ser severamente criticado y culpabilizado, sin pararse en el grupo al que perteneció.

Los restos humano y después de tantos años no tienen vida, aunque parezca que los que tienen menos creencias, obran como si la tuviera.

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