El trino de las golondrinas en la alborada me recuerda que mi amigo Carlos de Mesa, en su inquieta búsqueda de las relaciones entre las notas melódicas y todo lo que nos rodea, me encarga que reflexione sobre las plantas en la música. La música es una de las artes más evocadoras de nuestros sentidos y alcanza la grandeza cuando a través de ella se puede desde contemplar un paisaje hasta oler o palpar objetos. La buena música, esa que se ha perpetuado por siglos, es más que una cuestión de oído, es la plena indulgencia a la imaginación para recrear el momento que su autor quiso transmitirnos
Las partituras de grandes sinfonías están cargadas de momentos botánicos únicos y de hecho son muchos los grandes compositores que dedicaron algún tiempo de sus vidas al estudio de las plantas, de la botánica. Con acierto Carlos también ha intuido que las plantas son evocadoras y trasmisoras de las esencias de la música. Quien disponga de un mínimo de sensibilidad a buen seguro que adivinará al oír el Dúo de las flores de Léo Delibes la conversación entre un jazmín y una rosa. Es de creencia popular que incluso las plantas son sensibles a la música, percibiéndola y manifestando agrado o desagrado, es lo que se dio en llamar Efecto Mozart. Hace años los resultados de unos experimentos dieron a conocer que mientras las plantas se apartaban al exponérseles a la música de JimiHendrix , crecían más lozanas cuando lo que sonaba era una obra de Bach o un concierto de Jazz. Bendita música, a la que glosaba Serrat, que hasta las plantas saben apreciarlas.
Rara es la persona que no se estremece ante ese Allegro primaveral con el que se inician Las cuatro estaciones de Vivaldi. La descripción de los paisajes con notas musicales es de lo más atinada. Todos los elementos de la Naturaleza están perfectamente narrados, se superponeno destacan cuando más evidente debe ser su evocación. Los pizzicatos, esas medidas argucias modeladas con complejos artificios sobre las cuerdas, alcanzan la grandeza al final del verano, cuando las primeras tormentas anuncian su llegada. Este año meteorológico bien anda ajustándose a las estaciones vivaldianas como sutil cabañuela, y nos predice un septiembre cargado de pizzicatos.