Nuestros alcornoques, encinas, coscojas, melojos y quejigos llevan por insignia común el nombre latino Quercus, cuyo significado del griego es la casa de todos. Una referencia nada baladí puesto que provee de alimento y refugio a centenares de especies, desde las fabulosas trufas que moran en simbiosis perfecta en sus raíces hasta las agallas de sus ramas que más que una defensa ante la picadura de insectos es una forma de atraer la atención de los pastores que saben de los valores farmacológicos de las mismas, pasando por esas bellotas que enriquecen las dehesas y esos vestidos de corcho que defienden el bosque de los perpetuos fuegos como valerosos bomberos. Pero además sus extensas sombras protegen los suelos de las altas temperaturas estivales, sus raíces embolsan el agua en profundidad y sus hojas retienen partículas agresivas, capturan los gases de efecto invernadero y producen una enorme cantidad de oxígeno. Si valorásemos todo los servicios que nos provee anualmente cualquiera de nuestras quercíneas superaría las seís cifras. Por todo ello está bien ganado su nombre de la casa de todos.
Si en la Naturaleza buscásemos lo más parecido a una ciudad, lejos de la feudal colmena o el espartano hormiguero, a los que tanto seguimos pareciéndonos, la perfecta metrópolis sería un Quercus, la equilibrada utopía por alcanzar, el espacio donde el aíre hace libre a sus moradores. En la Quercópolisse fomenta la diversidad, una diversidad mutualista y enriquecedora. Cada árbol brinda la oportunidad de la vida con unos márgenes de seguridad y equidad idénticos para todos. Es la ansiada economía circular que ahora tantos reclaman, pero despreciada por los fantasmales mercados. Los perniciosos mercados de nuestros quejigales, alcornocales o encinares se conocen como ‘secas’. La actividad de un insignificante grupo de minúsculas dimensiones en comparación con la globalidad de estos hábitats, produce una pronunciada debilidad que los puede arrastrar hasta secarlos. A pesar de todo, la legión de dañinos virus, bacterias y hongos, encuentra una resistencia, que lleva finalmente al refuerzo durante milenios de emprendedoras generaciones. Todos los miembros de la comunidad se activan para defender a su Quercus protector, una receta que bien podríamos imitar.