El presidente de la Autoridad Portuaria de Sevilla (APS), Manuel Gracia, ha comprendido por fin lo que no comprendieron sus antecesores ni quieren comprender las fuerzas vivas de la ciudad, que presionan en sentido contrario: el puerto está en función del Guadalquivir y no el Guadalquivir en función del puerto.
Por eso, al anunciar la suspensión del proyecto de dragado de profundización del río, que se inició en 1999 sin conocer siquiera el estado real del estuario y el funcionamiento de la dinámica fluvial y mareal y sin valorar su afección a Doñana (Patrimonio de la Humanidad) y a las 38.000 ha de arrozal (que generan 150 millones de euros y que son el motor económico de municipios como Isla Mayor), Gracia reconoció que la sostenibilidad ambiental condiciona la sostenibilidad de la actividad portuaria, por lo que la mejora de las condiciones ecológicas pasa a convertirse en un objetivo permanente de la Autoridad Portuaria, tan importante como la mejora de la accesibilidad de la vía navegable. Esto supone un giro copernicano, un cambio de mentalidad radical por parte de la APS, que se percata de que el puerto forma parte de la cadena ecológica, y no sólo económica, del río, y que ambas están imbricadas entre sí.
Con casi un decenio de retraso -y mediando la sentencia del Tribunal Supremo contra la inclusión del dragado en el Plan Hidrológico de la Demarcación del Guadalquivir; la amenaza de la Unesco de incluir Doñana en la lista del Patrimonio Mundial en peligro por causa del dragado y el anuncio el Gobierno en el Senado de que aquél incumplía la Declaración de Impacto Ambiental y por tanto no habría fondos para su programación-, la APS se muestra al fin dispuesta a cumplir el dictamen del comité de expertos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y de las universidades andaluzas.
Manuel Gracia, con buen criterio y sentido común, aboga ahora por lo mismo que preconizaban los científicos: resolver primero la situación del estuario con una gestión integral del mismo que tenga en cuenta todos los factores y agentes -y no sólo el puerto sevillano- que influyen en el Guadalquivir y luego plantearse la conveniencia de cualquier actuación, llámese dragado u otra, en función de su impacto en el mismo.
Un mayor conocimiento del río y de la dinámica fluvial y mareal permitirá la adopción de las medidas más adecuadas sin dar palos de ciego o contra la Naturaleza, palos que a la postre se volverían contra el propio puerto.
Hay que remitirse al dictamen científico para recordar que el estuario está en una situación agónica y para comprender que el dragado de profundización podría darle la puntilla.
El aumento de la presión humana está dejando al Guadalquivir sin agua. Los expertos reflejan que entre la construcción de pantanos (desde 1950 al año 2000 se ha pasado de almacenar 1.646 a 6.554 Hm3 de agua) y el desarrollo de grandes áreas de regadío (incremento del 181% en los últimos 70 años) los aportes de agua dulce al estuario han descendido en un 60%, al pasar de una media de 5.000 Hm3/año (en el periodo 1931-1981) a sólo 2.000 (en el periodo 1981-2000), unos valores aún más bajos en los ciclos de sequía.
El volumen de agua dulce en el estuario es vital para frenar la salinidad y la turbidez y mantener los niveles de oxígeno. Cuando ese volumen persiste durante un tiempo, el ecosistema reacciona y sienta las bases para la recuperación del río. Según los expertos, se necesitaría que el río transportara al menos 250 m3/segundo e, idealmente, algo más de 1.000 m3; la realidad es que más del 80% de los días del año el caudal de agua dulce es inferior a 100 m3/segundo (el promedio general anual es de 63,31 m3/segundo), lo que se traduce en que en vez de mandar el río sobre la dinámica del estuario, mandan las mareas y se incrementa la intrusión salina, la turbidez y la erosión.
Debido a la poca velocidad del agua dulce -de uno a cinco centímetros cada segundo- cuando es escasa(la mitad de los días el río no transporta más de 25 m3/seg) y a la pérdida de llanos mareales y marismas, la marea favorece la colmatación del estuario, tiende a desarrollar meandros y erosiona las márgenes ayudada por el paso de los barcos y los dragados. El avance de los arenales de Doñana ha empujado las mareas contra la ribera izquierda y desestabilizado el canal de navegación.
Salinidad y turbidez
Los aportes salinos llegan al estuario desde el océano con la propagación de la onda de marea y su penetración y concentración está en función del caudal del río. Con caudales medios y con avenidas del Guadalquivir, las aportaciones salinas se mantienen cerca de la desembocadura y en forma de cuña. Con caudales bajos, la salinidad avanza en forma de media campana y 40 kilómetros río arriba (Punta de la Mata) y su valor máximo es de 1,75 gramos/litro aproximadamente (menos del 5% del registro en la desembocadura).
Desde allí a la presa de Alcalá, la salinidad es prácticamente despreciable. En mareas vivas, la intrusión salina puede alcanzar hasta la Punta del Verde (80 kilómetros río arriba). En promedio se producen de cuatro a seis episodios de cuña salina (generación, evolución y desaparición) en un año en el estuario y su duración media es del orden de 5 a 7 días.
Los sólidos en suspensión, que provocan la turbidez, dependen de numerosos factores, siendo uno de ellos las descargas de agua desde la presa de Alcalá del Río, si bien son amplificados por la propia dinámica del estuario. En el 10% de los casos, se registra una concentración de 900 miligramos de sedimentos por litro de agua.
La fuente principal de sedimentos es la erosión de una capa “flotante” del lecho del río que tiene un metro de espesor aproximadamente y que flota debido principalmente a la acción de las mareas, si bien no hay una norma fija, ya que todo depende del agua dulce que transporte el río, los vientos y otros elementos.
El informe de los expertos subraya que el tránsito de buques hacia el puerto de Sevilla condiciona la turbidez y la calidad de las aguas, ya que provoca la resuspensión de sedimentos (principalmente de la capa flotante) y, eventualmente, la erosión de las márgenes, al igual que la política de dragados.
Las elevadas concentraciones de sólidos en suspensión limita de forma severa la penetración de la luz y afecta enormemente al fitoplancton: es 20 veces menor que en otros estuarios similares y en primavera, hasta 40 veces menor. La falta de luz, unida a la turbidez de las aguas y a la elevada concentración de materia orgánica priva de buena parte de oxígeno a áreas extensas, y en la zona de Don Isaías se mantuvo en un 90% del tiempo por debajo del nivel crítico.
En estas circunstancias, el Guadalquivir ha acabado convertido en una fuente de emisión de dióxido de carbono a la atmósfera y creando “zonas muertas” en la costa que condiciona el desarrollo de los recursos naturales. Las condiciones están abonadas para el desarrollo de fitoplancton tóxico como cianobacterias que se concentran en la cadena alimentaria, como moluscos (coquinas) y peces.
Algunos de éstos registran concentraciones tan elevadas como para ponerlos al borde de la muerte y los episodios de mortandad acaecidos en Doñana desde 2001 se debieron a cianobacterias tóxicas de agua dulce.
La dinámica mareal es incapaz de mantener el calado actual de 5-6 metros para la navegación (referido a la bajamar) del tramo Tarfia-Esclusa, por lo que la tendencia es a que se sedimente el cauce y se reduzca a su calado natural de 3-4 metros. El calado necesario para la navegación (los 5-6 metros en bajamar) se consigue mediante dragados y descargas de agua dulce superiores a 500 m3/segundo, pero a costa de crear una capa flotante de sedimentos en las proximidades del lecho del río que vuelve a quedar en suspensión con la acción de la marea. Cuando este sedimento se extrae mediante dragados o por transporte hacia la desembocadura, la marea erosiona las márgenes y se vuelve a la situación anterior.
Dragado
Según los expertos, si la dinámica mareal es incapaz de mantener el canal de navegación a la cota de -6 metros, menos lo hará con un dragado hasta -8 metros. Se entraría en una espiral sin fin: la extracción del material del dragado creará por parte del río nuevo material sedimentario que necesariamente saldrá de la erosión de las márgenes.
Aunque el dragado tendría efectos positivos en algunos aspectos (mejora de la capacidad de circulación de las avenidas, reducción del riesgo de inundaciones, amortiguación de los efectos de los barcos de menor porte en riberas y lecho, penetración de la luz…), el comité no lo recomienda expresamente (deja la decisión a los órganos políticos) tanto por sus consecuencias erosionadoras como porque no mejoraría la situación frente a episodios extremos tan habituales en el río (turbidez, salinidad) y porque sería complejo identificar sus efectos directos para, en su caso, exigir responsabilidades.
Del dictamen, relativamente ambiguo en los puntos conflictivos, se colige que los expertos abogan por mantener el statu quo (dragado actual pero no de profundización), crear una autoridad única del Guadalquivir, no dar luz verde a los proyectos nuevos y recuperar los llanos mareales de Doñana.
Es imposible obviar este dictamen. Ahora se abre una etapa nueva en que se va a seguir profundizando en el conocimiento científico del río para actuar con responsabilidad. La valiente decisión de Manuel Gracia no cambia las perspectivas económicas del puerto. La prueba de que, como él mismo ha dicho, hay vida más allá del dragado es que el año pasado en el puerto se movieron 133.377 toneladas más de mercancías, cerca de los 5 millones, uno de los mejores ejercicios de su historia.