Nunca hasta el pasado sábado había asistido a la cita cofradiera que el verano depara a Jerez cada año desde 1980 de modo ininterrumpido: el pregón del Santísimo Cristo de la Viga. Aunque siempre leí las crónicas y he estado al tanto del mismo, ya fuera por pillarme fuera de nuestra ciudad, ya por tener otros compromisos menos eludibles, la verdad es que hasta esta ocasión no he conocido el encanto que la noche agosteña ofrece a los visitantes del patio de los naranjos de nuestro primer templo. Y la trascendencia de la cita lo merecía, pues hacía tiempo que no lo daba un cofrade de tanto peso.
Y se cumplieron con creces las expectativas de la multitud de los asistentes, pues Domingo Díaz Barberá, cofrade de una autenticidad y señorío sólo equiparable a la Hermandad que actualmente preside, lejos de caer en los ripios fáciles y en salir del paso, supo poner la clave de su pregón en la vivencia, la suya personal y la de los hermanos del Calvario, la familiar por vía materna y la de sus padres en muchos aspectos de lo cristiano y cofradiero que fueron en primer lugar nuestro querido y recordado don Rafael, nuestro primer obispo –emocionantísimo brindis por él recordando aquella calurosa tarde de Corpus en la que se le ofreció vino fino de la tierra para calmar su sed al finalizar la procesión– y sus compañeros y experimentados cofrades en el Secretariado Diocesano de HH y CC Juan González y Paco Carrasco que con arte, gracejo y sin perder las maneras discutían sobre qué crucificado, si el de la Expiración, de la hermandad del primero, o el de la Viga, de la del segundo, representaba mejor a nuestro Jerez.
No faltaron las experiencias vividas con compañeros de trabajo a los que enseñó el Cristo para el que allí mismo solicitó el título de Regidor Perpetuo en base a la Historia de la ciudad –a poco que se documenten no tendrán dudas de los merecimientos– y de camino sean restaurados los altares del Cristo y de la Señora del Socorro que está a punto de cumplir centenario de copatronazgo. Pero desconocemos si en el Ayuntamiento hay sensibilidad suficiente y presupuesto para algo que cuesta muchísimo menos que un mirador de ballenas en las lejanas aguas del Caribe (como ha costeado el Ayuntamiento de la cuidad a la que quieren copiar la idea del tranvía).
Pero sin duda, el momento más emocionante para mí, y en el que incluso noté que también lo fue para don José Luis Repetto –que, mientras el pregonero celebraba onomástica, esa misma jornada cumplía setenta y tres años– y para don Enrique Hernández –vecino de Domingo, que lo acompaña en todas las intervenciones que puede (que además se han multiplicado en los últimos años)– fue la historia de una mujer, Teresa, que al enterarse quién tenía el encargo de este pregón, le envió una carta manuscrita –del que Domingo hizo lectura de forma íntegra– contándole cómo había cambiado su vida con la intercesión del Cristo de la Viga y su Santísima Madre del Socorro.
Tras el brillantísimo pregón llegó el momento de la entrega de la distinción de la Potencia para un Cofrade Ejemplar que este año recayó en nuestro hermano de las Llagas Pepe Andrades, abnegado y veterano cofrade –en el buen sentido, esto es, no muchos años apuntado en una hermandad, sino más bien implicado desde el anonimato en todos los actos y cultos de la cofradía, sin faltar a uno solo, y ahora más que nunca implicado en la diputación de formación de la cofradía, de la que yo mismo podría dar fe– como bien expuso Rafael Cordero, el Teniente Hermano Mayor de la de San Francisco, que tuvo encomendadas las palabras dedicadas al homenajeado por la imposibilidad de Paco Barra de estar presente por motivos de salud (todos deseamos su más que pronta recuperación). Pero dudo sinceramente que éste pudiera superar las emotivas palabras de aquél al que acompañaron un nutrido grupo de hermanos así como miembros de la Junta de Señores Oficiales como Marco Velo, Manolo Piñero, Genaro Benítez, Pepe Valderas o el que suscribe.