Metí la mano en el bolsillo y me encontré de golpe con el clásico papel que nadie sabe cómo llegó a las interioridades de mi pantalón. Lo saqué a la luz y recordé que lo había guardado porque, cuando la memoria falla, no hay remedio mejor que escribir lo que se puede olvidar fácilmente.
No era nada del otro mundo y ya se había convertido en un estorbo. Lo apreté entre los dedos y me dispuse a salir de él. Todo estaba tan limpio a mi alrededor, que era un crimen tirarlo al suelo. Busqué una papelera y mis ojos se dieron de frente con el policía de barrio. Muy amablemente me indicó el lugar de la papelera. Naturalmente no estoy hablando de España, ni mucho menos de La Isla.
Al rato me crucé con un señor que llevaba un perro tirando de su mano derecha y en la izquierda una bolsita preparada por si acaso. El perro, como todos los perros del mundo, dijo que hasta aquí hemos llegado, se agachó y se puso a la faena de apretar. El señor no se inmutó, se detuvo, esperó con la bolsita abierta y, cuando la caca iba a tomar contacto con el suelo, se dio maña para recoger meticulosamente el material. Naturalmente no estoy hablando de España, ni mucho menos de La Isla. Esto es otra cosa.
El país y el pueblo donde nos ha tocado vivir carece de ese sentido común que nos pide un respeto por los demás y por las cosas comunes. Con otras palabras, carece de educación. Esto es como la selva, pero sin Tarzán. Esto es otro mundo.
Si un día tienen ustedes tiempo, pueden recorrer despacio el puente que va a Bahía Sur. Está de mierda que se puede caer. Pasa un chaval terminando una coca-cola. Cuando le ha sacado las últimas gotas, la tira al suelo por toda la cara. Cuídese de no decirle nada, si no quiere escuchar palabras increíbles relacionadas con la democracia y con yo hago lo que me da la gana. Pringue seca de helados, bolsas de patatas tiradas, pipas por el suelo…
Ésa es la imagen que da La Isla al que se dispone a atravesar el estercolero en que se está convirtiendo el puente. Los cristales no hablan, pero cualquier día esos cristales que protegen los laterales del dichoso puente pueden salir gritando, porque todo tiene un límite y la mierda se los va a comer poco a poco.
Pasa un chaval con un perro. Va suelto por supuesto y dice el perro que no aguanta más. Tal como lo piensa lo hace y suelta allí sus buenas morcillas. Como si no fuera con él, el chaval lo llama con un tono de voz que parece dejar claro que los que vengan atrás que arreen. Le llamo la atención y me dice con malos modos que eso es lo que hay y que él no puede hacer nada para impedir que su perro haga caca donde le cuadre.
Hablando de cuadras, hay calles en las que la gente saca sus bolsas de basura a la una de la tarde y las deja en la calle. Tal como se lo estoy diciendo. Vaya por ejemplo a la calle Murillo, que es donde vivo, y verá que lo que digo no es una calumnia. La policía al parecer no puede hacer nada, el servicio de limpieza parece animar a esos señores a que dejen sus mierdas allí, pues después manda un camión que las recoge.
El Ayuntamiento envía un hermoso papel diciendo a los ciudadanos que colaboren y que La Isla camina hacia el diez. Yo creo que va todavía por el uno pelado. Y que conste que el Ayuntamiento no es culpable totalmente de tan poca educación, pero uno no se va a estar peleando todos los días con aquellos vecinos incivilizados que impunemente tiran sus bolsas de basura delante de tus propias narices.
En fin, para qué seguir hablando. Esto no pasa ni en el manicomio.