Este artículo no va sobre las consecuencias de la DANA en la provincia de Valencia, aunque es consecuencia de algunos de los daños colaterales vinculados a la tragedia sufrida por decenas de miles de personas.
El fango no se refiere al que se sigue retirando de las calles y el alcantarillado de muchos municipios, sino a las mentiras y los bulos vertidos por pseudoperiodistas y pseudocomunicadores a través de perfiles de redes sociales. Y la manguera no es la que ha permitido arrancar el barro aferrado al asfalto y el cemento, sino otro símil igual de gráfico pero más contundente para retratar a quienes viven de esos perfiles:
igual que quien tiene una manguera en casa no puede decir que es bombero, quien se abre una cuenta en una red social no puede decir que tenga un medio de comunicación ni que sea periodista.
De ese fango se habló este viernes en las
Jornadas Nacionales de Periodismo organizadas por Publicaciones del Sur en San Fernando, y el símil de la manguera lo aportó la galardonada este año con el
Premio Pepe Oneto, la periodista Olga Viza.
Dos sustantivos inofensivos -fango y manguera- para retratar una cruda y peligrosa realidad, porque
no se trata sólo de señalar a quienes se han dedicado a difundir falacias o a recaudar fondos que después iban a repartir en función de los
likes recibidos desde cada municipio afectado,
sino de la repercusión de esos mismos mensajes en el seno de una sociedad conmocionada por todo lo que estaba ocurriendo.
Falacias que han ido desde la invención de muertos hasta las campañas de desacreditación directas contra ONG de carácter social tan respetadas y necesarias como Cruz Roja o Cáritas, por el mero hecho de entenderlas como competencia de sus propias campañas recaudatorias de fondos, sin olvidar el uso manido y rastrero, como si fuera un mantra, del “sólo el pueblo salva al pueblo”.
Falacias llevadas al extremo de, afortunadamente, provocar que muchos ciudadanos comenzaran a preguntarse qué es real y qué no de las publicaciones realizadas en redes y difundidas de forma masiva a través de mensajes de whatsapp. De pronto, dentro de ese entramado de jaleados y supuestos influencers desplazados a Valencia y autoerigidos en expertos en desastres naturales bajo el único afán de ganar más seguidores, y con ello más pasta,
se ha generado una duda que se ha convertido en grieta, y la única manera de dar respuesta a esa duda se haya en los medios de comunicación “tradicionales”, los únicos en los que podemos encontrar a quienes anteponen el rigor y el contraste a la tiranía del like.
Es cierto, cada uno de esos medios obedece a una línea editorial, pero, como sentenció la propia Olga Viza tras recoger su galardón, eso implica que
“no existe la imparcialidad, pero sí la decencia profesional”. Sólo esa frase, amasada durante décadas de ejercicio periodístico, justifica su premio, amén de establecer un límite entre los que buscan notoriedad, y puede que algo más -ahora vamos a eso-, y quienes desempeñan una profesión con el compromiso de contar lo que está pasando y por qué está pasando.
¿Y qué es ese “algo más”?
Una “guerra salvaje contra el periodismo”, como lo definió Carlos E. Cué. ¿Alentada por quién? Por quienes tratan de dominar el mundo, con Trump, Putin y Milei, entre otros, al frente, que suena a teoría de la conspiración, pero se sustenta en mensajes de figuras tan peligrosas como
Steve Bannon, uno de los célebres asesores del reelecto presidente estadounidense. Como recordó Lucrecia Hevia, fue él quien hizo ver en su momento al candidato a la Casa Blanca que
“la oposición real eran los medios y había que inundar de mierda la realidad para que la gente no sepa distinguir” la verdad de la mentira. Esa “invasión”, concluyó la periodista, “ha llegado ya a nuestra tierra”, y lo ha hecho cargada de fango.
Fue la última advertencia de Umberto Eco, en forma de novela, antes de morir: lo de
la “máquina del fango” es suyo, aunque se lo apropiara Pedro Sánchez, experto en copiar.