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Desde el campanario

Enchufes en Bahía Sur

Se han cargado cerca de cuarenta plazas de aparcamiento en zona preferente de acceso a la piscina climatizada y el gimnasio

Publicado: 03/11/2024 ·
14:24
· Actualizado: 03/11/2024 · 14:24
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Autor

Francisco Fernández Frías

Miembro fundador de la AA.CC. Componente de la Tertulia Cultural La clave. Autor del libro La primavera ansiada y de numerosos relatos y artículos difundidos en distintos medios

Desde el campanario

Artículos de opinión con intención de no molestar. Perdón si no lo consigo

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Por algún sitio escuché alguna vez que un hombre sin información es un hombre sin opinión. Cierto que enjuiciar cualquier materia sin conocimiento de causa es un tanto arriesgado y te coloca en situación comprometida cuando alguien más experto en el tema profundiza en él detalladamente. En ese momento te sientes en desventaja y descubres que has asumido un riesgo que podías haber evitado callándote. Pero resulta que también escuché hace años un sugerente relato que acoraza la falta de entendimiento y desarma a los listillos de pacotilla, dispuestos siempre a ridiculizar al desinformado.

Circulaba un día un catedrático en ingeniería por una carretera de tercer orden cuando al salir de una curva vio a un viejo campesino haciendo señas pidiendo ayuda. El ingeniero paró para interesarse. En principio el labrador le pidió que si podía llevarlo a su casa porque el tractor se le había parado y su pueblo estaba a bastantes kilómetros. El erudito bajó del coche, se dirigió al tractor, levantó el capó y descubrió que una toma de la batería se había soltado. La colocó, el motor volvió a funcionar y lleno de prepotencia le soltó al modesto agricultor una reprimenda de cojones acusándole de no acertar a poner un cable y desconocer algo tan básico en la mecánica. ¡No sabe usted nada joder! El pobre campesino se ruborizó, pidió perdón y se ofreció al ingeniero por si podía servirle en algo. “Pues si -contestó el graduado-, quiero plantar unos pinos en mi parcela y no se como hacerlo”. “Eso está hecho-contestó el labrador-, tome estos piñones. Solo tiene que sembrarlos y regarlos con frecuencia”. Así quedaron y se despidieron sin agradecimiento del universitario que se sintió en el derecho de aquella correspondencia del lugareño.

Al cabo del tiempo los piñones sembrados se pudrieron y el soberbio letrado montó en cólera. En la primera ocasión que tuvo fue en busca del campesino hasta que lo encontró. “¡Esos piñones que me dio eran una mierda!” El labrador le preguntó cómo los había sembrado y el otro le dijo:  “!Pues como se siembra todo! Enterrándolos. Echándoles abono y regándolos tal como me dijo”. El labrador le contestó que el piñón no se tapa. Solo se acama sobre el campo y el mismo se abre. Cría un embrión que se clava en la tierra y de ahí sale la raíz que hará crecer el pino. El ingeniero sorprendido exclamó “¡Ah, eso no lo sabía yo!” El campesino no desaprovechó la ocasión y mirándolo con media sonrisa a la cara le soltó “Es que lo que se sabe en este mundo lo sabemos entre todos”.

Pues eso. Que al cobijo de esta humilde moraleja me aventuro a considerar la inoportuna instalación de esa especie de electrolinera en los aparcamientos frente a las instalaciones deportivas de Bahía Sur. Yo no se con qué dinero se ha montado el tinglado. Ni quien o quienes lo ha promovido. Ni tampoco quien y como se explotará el negocio porque el consumo eléctrico que origine alguien tendrá que pagarlo. Que las distribuidoras eléctricas hacen ofertas, pero no regalan. No sé si el ayuntamiento está implicado. No sé si han sido necesarios permisos municipales o si las obras han requerido autorización gubernativa. Me cuentan que se trata de un servicio gratuito que ofrecen los negocios del centro comercial a la clientela. Si eso es así, también podrían tener un detalle con los coches de combustible. También me han soplado que aún no está en servicio. Con lo cual, entre los meses de obra y este retraso en su puesta en marcha, ya pasa del año. Pero como digo, ni tengo idea, ni tampoco he movido un dedo para enterarme. Hasta aquí reconozco mi ignorancia, pero a partir de ahora voy a continuar con bastante conocimiento de lo que esos enchufes de recarga han supuesto para los usuarios de las instalaciones deportivas. Se han cargado cerca de cuarenta plazas de aparcamiento en zona preferente de acceso a la piscina climatizada y el gimnasio. Un espacio donde las personas mayores que acuden a sus ejercicios cada día desde la ocho de la mañana -generalmente por indicación médica- han dejado de disfrutar. Ahora tienen que recorrer todo el aparcamiento para llegar a los accesos. Personas obesas. Con problemas de salud y limitaciones propias de su edad, se han visto ninguneadas por la incompetencia de las mentes preclaras que han diseñado el invento. Personas que acuden en coche particular porque no pueden pagarse un taxi y tienen que ayudarse de bastones o muletas para cargar con su anatomía. Son las mismas que, en su momento, le negaron la tarjeta de movilidad del EVI porque ya se habían regalado por la cara demasiadas, y ahora a los que verdaderamente las necesitan se les niega. Cosas del nepotismo genético que nos caracteriza.

Para terminar, y como el daño ya está hecho, solo me queda confiar en que si esta historia se repite en el futuro, se tenga en cuenta el menoscabo ocasionado y sitúen esas máquinas de recarga en lugares alejados donde solo sus favorecidos padezcan las molestias de desplazarse hacia ellos.

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