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Sábado 09/11/2024
 

Desde la Bahía

La sombra de la parra

España está en juego y las cartas marcadas las llevan quienes quieren su disgregación

Publicado: 11/08/2024 ·
13:41
· Actualizado: 11/08/2024 · 13:41
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Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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Queridos amigos:

Con lo que estamos soportando en estos últimos días, prefiero pensar que somos demasiado nobles y buenos, para no caer en la tentación de tener que criticar severamente la pasividad que se ha demostrado. España está en juego y las cartas marcadas las llevan quienes quieren su disgregación. Mi deseo es que no sea cierto, pero el deseo es una querencia y la realidad es práctica, material y ávara.


España es un verdadero centro comercial. Aquí no se vende, se compra. El nuevo rico cree que el dinero derriba todos los muros y cambia todas las conciencias, pero, aunque "el mal" crezca más que el fuego animado por el huracán, debe también existir "ese bien", esa agua que consigue apagarlo, aunque deja el terreno calcinado, sin pastos ni arboledas, es decir, con la huella de una ruina, que solo la trabajadora y sudorosa piel del campesino -ciudadano de a pie- es capaz de recuperar. Hay moneda que gastar, atrapada de los bolsillos cada vez más hondos, pero más vacíos, de los requeridos (obligados) a dar la "soldada" que las leyes impositivas, ajenas con bastante frecuencia al concepto de justicia, ordenan, ordeñan y mandan. La economía es el trasto que los pijos de la moneda utilizan para cubrir y justificar sus gastos y también para explicar, por el camino de la complejidad y falta de transparencia, el porqué de sus derroches ante la ciudadanía. El dinero, se dijo en un lapsus sin precedentes en cuanto a su engañosidad, no es de nadie. Esperemos que no sea del primero que lo pilla. Sea como sea, el político con posaderas en el sillón del poder cree que lapidando las riquezas que el contribuyente le aporta, en obras tan faraónicas como innecesarias -se abren nuevas comunicaciones en vez de renovar las existentes, lo que disminuiría el presupuesto en un 70 por ciento- o en el comprar la permanencia en el poder, subastando honra y precio a favor del que ofrece a cambio ironía, burla o desprecio, pero que atrinca el billetaje. La consecuencia es de esperar. Al igual que ocurre en un hogar donde solo entra el dinero procedente de una nómina y se gasta una cuantía superior al cuádruple de ella, la deuda crece más que las montañas de sal agrupadas en nuestras antiguas salinas, pero se corrige el descalabro, no pagándole a nadie y continuando con la farsa de que el bienestar social es una progresión -o carrera progresista- sin miradas hacia atrás, aunque la sombra del debe no se despegue de su cuerpo.

Esta Ley del Talión comercial, se sustituye en ocasiones por la que fue continuidad de ella, la Ley de la Composición -yo te perdono tus faltas, vicios y transgresiones y tú me mantienes mi narcisismo y soberbia imperativa-. Ahora sufren el agravio hasta las leyes naturales y el código en sus distintas versiones, vive la pérdida de parte de sus hojas, como si se tratase de cabellos, en los que su folículo piloso o poder al estar sostenido sobre un terreno epidérmico o legislativo, totalmente ineficaz, acaba por falta de luces no sabiendo diferenciar o distinguir el blanco del negro. Vivimos los ciudadanos una oscuridad intelectual y de valores, tan tenebrosa, que es osado creer que el que tiene una linterna puede caminar libremente, cuando las pilas las distribuye a capricho el Estado.

Los siete votos que han servido para entronizar al jefe de un partido, no respaldado por ningún tipo de mayoría, traían en su envés esa letra pequeña que raramente se lee y que indicaba que teníamos que abonar amnistía, financiación y moneda contante y sonante, a cambio de ocupar el sillón regidor cuya solidez está en las manos de los que siempre han sido dueños y que ahora, como ocurre con los pisos turísticos, lo han alquilado obteniendo pingües beneficios. El contrato no tiene el aroma de una larga vida.

Somos un país a veces de conquistadores y descubridores de nuevos horizontes, otras veces auténticos pícaros. De ilusionistas quijotes o de claros sanchopanzistas. Aunque nos gusta el fútbol, no somos partidarios de las labores en equipo. La individualidad nos ha dado nuestras mayores victorias. Nuestros gobernantes nunca han dejado aparcada la idea del "yo supremo", basta con abrir las páginas de la historia pasada o actual. Escribimos las Constituciones, pero las moldeamos utilizando las manos del que manda. El número siete nos persigue desde los pecados capitales a la alegría de tener siete premios Nobel. La neurona -que debió llamarse cajalina- la individualizó un español, sorprendiendo a todo un presidente de congreso, que no podía creerse que los trabajos presentados los había realizado una sola persona. Hemos querido ser el adalid de la fe cristiana, pero nos ha faltado ser algo iconoclastas, es decir, compensar el número de imágenes con el de virtuosos sin engaños ni lucidos ropajes. Tenemos un cielo azul y un sol en el horizonte que debían hacernos pensar cada mañana en la forma de disfrutarlo en la mejor armonía. Nuestra comunidad andaluza tiene por metro cuadrado más ingenio que lodo, y la gracia y el humor -que debemos saber administrar- nos hacen diferentes. Nuestras efemérides, nuestras fiestas hemos de saber cuidarlas y expandirlas año tras año. Quien quiera abolir las romerías u otras tradiciones cristianas en aras de un laicismo o progresismo ateísta, está un escalón por encima de la idiotez. Los templos y las campanas elevan, nunca nos enfangarán. Los poetas siempre han estado en el punto de mira de quienes quieren alcanzar el poder. Es necesario que nunca se pinten de ningún color, ni rojo ni azul, sino que adopten la transparencia que la inspiración requiere. Antes que ser monárquico o republicano, debemos ser responsables, profesionales, no aficionados, acostumbrarnos a considerar que debe ser el estudio, el esfuerzo, la experiencia o la disposición diaria, lo que nos hará personas excelsas que ya no necesitan ponerle apellido determinado a su forma de vida diaria, a su modo político nacional, porque su formación lo ha sobrepasado.

Hemos pasado un fin de semana verdaderamente sombrío. Nadie comprende lo ocurrido en una de nuestras regiones. Es mejor creer que las cosas estaban pactadas para no incurrir en graves disturbios, que tener que admitir la burla, el desprecio y la desconfianza en los que tienen el deber de la seguridad ciudadana, por parte de una persona enemiga de nuestra forma de vivir y sentir. Es verdad que una sola persona es incapaz de llevar a cabo la aparición fantasma que estos días hemos soportado, con el hazmerreír de la extranjería. La responsabilidad de estos hechos no escapa al juicio crítico del ciudadano, que conoce bien el número de responsables que han intervenido. Que no vuelva a ocurrir. Es un consejo, pero debía ser una orden que llevara implícito el castigo de su desobediencia.

En este plácido y caluroso agosto, donde el ideal es buscar la sombra de una parra, en el patio de una bodega, degustando un oloroso en agradable conversación con los amigos, el tener que soportar estos acontecimientos descritos, no es admisible. Si no sabemos administrar nuestras riquezas, de todo tipo, acabaremos siendo pobres y perdiendo nuestra hacienda, si no apartamos a tiempo a los derrochadores, que ya derrochan por nosotros.

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