Algo estaremos haciendo mal cuando los cipreses lloran porque los árboles empiezan a morir. Como una maldición divina en forma de plaga, muchos pinos y otras coníferas están sucumbiendo con una velocidad estrepitosa en el entorno de Málaga. Los pequeños reductos de nuestro incipiente cinturón verde empiezan a palidecer de gris ceniciento. La propagación es más rápida que la capacidad de respuesta. La razón es difícil de determinar. Podría ser el efecto del calentamiento global, de la pertinaz sequía, o como en otros casos alguna especie exótica que nos invade desde cualquier otro rincón del planeta. Tal vez algún insecto que a su vez sea portador de un gusano, como desde hace poco viene ocurriendo en algunas regiones de nuestra península. O a lo peor todo a la vez. Los árboles a pesar de su robustez y capacidad defensiva, tienen la piel fina y cuando muestran un talón de Aquiles este se convierte en el blanco perfecto para que, a través de él, se ciernan en grupos incontrolados todo tipo de maleficios, desde hongos, virus y bacterias hasta perforadores capaces de abrir las más profundas galerías. La seca de los árboles tiñe los paisajes de desgracia y desolación, y son una advertencia para la sociedad por el grado de dependencia que de ellos tenemos. La situación se hace emergente con rapidez inusitada, ya que nuestros montes y sierras cercanas, recubiertas de densos pinares son de vital importancia para nuestro confort climático, nuestra calidad ambiental y para reducir el riesgo de grandes avenidas que seguro no tardarán en llegar. Muchas de las grandes virtudes que hoy vendemos en ferias de todo tipo, se las debemos a esas masas forestales, y si el futuro se nos vaticina que será tórrido, lo será aún más si carecemos de estos acondicionadores naturales de aire. Tal vez, para restaurar el tapiza vegetal, que puede quedar desnudo, habría que recurrir de forma inmediata a nuestras autóctonas quercíneas, como las coscojas, alcornoques o quejigos, o a las productivas leguminosas como el algarrobo, o a los arrayanes, durillos y lentiscos, tan adaptados a extremas condiciones, pero requerirán de tiempo para aportar los servicios ecosistémicos que hoy esos pinares nos están aportando. La reposición o restauración debe hacerse desde ya, de cara a un futuro a medio y largo plazo, pero mientras tanto tendremos que oír el lamento de esos cipreses que encaraman sus ramas hacia un cielo que esperan que sea protector.
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Cuando lloran los cipreses
Podría ser el efecto del calentamiento global, de la pertinaz sequía, o como en otros casos alguna especie exótica que nos invade
Salvo Tierra
Salvo Tierra es profesor de la UMA donde imparte materias referidas al Medio Ambiente y la Ordenación Territorial
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Observaciones de la vida cotidiana en el metro, con la Naturaleza como referencia y su traslación a política, sociedad y economía
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