Pedro Álvarez de Miranda ingresó este domingo en la Real Academia Española, en la que ejercerá de director académico del diccionario.
Pedro Álvarez de Miranda ingresó este domingo en la Real Academia Española, en la que ejercerá de director académico del diccionario, “el buque insignia” de esta institución que a veces incorpora “con lentitud” el lenguaje de la calle, pero “da igual”, dice, porque “las palabras no necesitan el diccionario para existir”.
“El diccionario no otorga existencia a las palabras”, asegura Álvarez de Miranda en una entrevista con Efe, que tiene lugar en su casa de Madrid, repleta de libros, y en la que habla de su discurso de ingreso para el que ha elegido un tema curioso: las 263 ocasiones en que se han celebrado en la Academia ceremonias similares a las que él protagonizó este domingo.
Este gran experto en lexicografía, que entre 1982 y 1985 trabajó en la RAE para el Diccionario Histórico, es un buen conocedor de la historia de la Academia y desde los quince años no se ha perdido casi ni un discurso de ingreso.
Le entró “la manía de coleccionarlos” y empezó a “comprar los antiguos y a leerlos”. Era “una especie de vicio y de pasión”, asegura Álvarez de Miranda (Roma, 1953).
La Academia fue fundada en 1713, pero “el rito solemne” de los ingresos se instauró en 1847 con la intención “de abrirse a la sociedad”.
En su discurso subrayará “la continuidad” que ha imperado en la RAE, “que no es lo mismo que el continuismo. Es emocionante que una institución haya sido tan fiel a sí misma en un país tan poco perseverante como España”, afirma.
La Academia ha tenido “sus oscilaciones ideológicas” pero, “siempre ha sido un recinto de una cierta tolerancia y de un espíritu de convivencia”, y eso se nota, señala, en su forma de actuar en los períodos convulsos.
En la posguerra, la Academia, que por tradición “no admitía injerencias del poder político”, “desobedeció” la orden del gobierno franquista de sacar a concurso las plazas de los académicos republicanos exiliados. “Miró para otro lado y no la cumplió”, añade.
Algunos de esos académicos “murieron pronto, como Niceto Alcalá zamora, presidente de la República, y Blas Cabrera, pero otros vivieron muchos años”, en especial Salvador de Madariaga, que era académico electo desde mayo del 36 y que no leyó su discurso hasta 1976, tras la muerte del dictador.
“No ha habido muchas ocasiones de retomar el hilo roto de la Historia de una manera tan palpable”, subraya Álvarez de Miranda, antes de recordar que el fonetista Tomás Navarro Tomás, académico desde el 35, murió en Estados Unidos con 95 años, en 1979.
“Entonces se cubrió su plaza, que había estado esperándole durante mas de cuarenta años”.
Durante la guerra civil, la Academia “se desarboló” y en Madrid “quedó disuelta”. Pero “en la llamada España nacional comenzó a recomponerse” e ingresaron Manuel Machado y Eugenio D'Ors. Y en septiembre del 39 lo haría Eduardo Marquina.
El caso de Antonio Machado es diferente: había sido elegido en 1927 “pero no llegó a leer su discurso”, quizá “porque, por su carácter, no terminaba de verse académico”.