En estos tiempos que corren, cualquier excusa nos sirve para enfrascarnos en batallas campales que esconden, en la mayoría de los casos, intenciones partidarias y partidistas con objetivos claros que pongan y ponen en juicio de valor a izquierdas y derechas. Sabemos que no es algo nuevo y que la tendencia con las nuevas tecnologías y redes sociales ha ido incrementando estas estrategias intencionadas y claramente orquestadas para desprestigiar al rival desde diferentes frentes, convirtiéndonos al populacho en meros peones de un juego al que solemos entrar con bastante rapidez.
Noticias falsas, titulares confusos, informaciones sesgadas, etc. son el pan nuestro de cada día, y a pocos meses de las elecciones, su incremento ya es visible en las diferentes plataformas digitales, que se venden al mejor postor. Poner precio al odio es el nuevo argumento político de esta nueva era digital, donde el poder se logra a través de dichas disputas, sin importar un ápice las consecuencias que se están macerando con resultados que ya son reales en esta sociedad condicionada y controlada desde las redes.
Hace años que la actual política no convence, que las promesas no sirven y que para conseguir más votos que los demás hay que buscar estrategias que impacten duramente, logrando con ello minar de odio a la población y enfrentarnos unos con otros. Así, desde esas premisas, observamos cómo se incrementa el racismo y/o la homofobia, o cómo el tema del feminismo es utilizado para el mismo fin, siendo en la actualidad una herramienta a merced de esos intereses sin que importe verdaderamente su sentido. Conseguir votos, ese el único final para muchos acomodados políticos, que se niegan a perder el poder social y económico que les ofrece su situación, dispuestos a todo con tal de seguir mamando de esa gran ubre hasta exprimirla.
Un chollo con un buen sueldo, dietas, viajes, plenos, influencias, etc. que pocos ciudadanos se pueden permitir. Gobernar un país o ciudad enfrentada durante cuatro años da para mucho y, desde los castillos, es fácil desviar el sonido que deja el dolor, que a pocos les importa.