El desastre sanitario y económico incontrolable que nos asola hace que el panorama de las fiestas navideñas se nos presente con un anuncio de tristeza. Siempre la Navidad la tiene, el recuerdo de seres queridos, la reflexión sobre las necesidades propias o ajenas, en un tiempo en que el gasto doméstico se dispara inexorable e incomprensiblemente y parece que debamos por decreto divertirnos, cada vez más alejados de la verdadera razón de esa alegre celebración, nos encara a una fiesta maniatada en todos sus órdenes.
Este año concurren aterradores factores que nos hacen dibujar un nubarrón inextinguible sobre nuestro presente, sin reparar en el futuro que en unos días iniciaremos, aún más desalentador que éste.
Y ello ocurre en España en el peor momento de su historia, con un Gobierno incapaz de resolver nuestra presente y próxima problemática, ajeno a sus compromisos y ocupado sólo en lograr espurios propósitos destructivos.
La pobreza incrementada vertiginosamente, el gasto público disparado en disparatados proyectos, la creación de instrumentos como los ERTES traicionando a sus destinatarios sumiéndolos en la desesperación no son precisamente instrumentos tendentes al logro del bien común. El descontrol de la inmigración ilegal, dispersando a los transgresores de las fronteras y dotándolos de ciertos lujos incomprensibles lejos de la atención a los nacionales, la exigencia de controles sanitarios a determinados viajeros y no a los camioneros que se hallan atrapados en un histórico colapso por causa de la desastrosa gestión del Brexit no ayudan a conformar una sociedad sosegada y tranquila.
Mientras los sanitarios se desviven heroicamente por la salud de sus compatriotas, se oculta el Gobierno en su ineficacia, traspasando sus problemas cobardemente a las autoridades autonómicas, muchas de ellas castigadas incluso, el centro de sus integrantes va poco a poco logrando sus objetivos, que caminan hacia la destrucción de nuestro país y del orden constitucional.
Porque el presidente está a sus cosas y, mientras, no pretende siquiera evitar que su sustituto segundo vaya introduciendo el veneno impostado desde la república bolivariana, pretendiendo -para distraer al personal, supongo- resucitar el franquismo y reeditar un ámbito de cruel electoralidad, engañosa e injusta, por ver si vencen a las derechas al cabo de tanto tiempo.
Mientras, las costuras de la piel de toro se van deshaciendo. Se pretende que el español deje ser el idioma de todos los españoles, que España se deshaga a trozos, que desparezca la monarquía a fuerza de pisotear la Constitución, que determinados delincuentes sean amnistiados en contra de las leyes y que los terroristas que tanto dolor causaron participen de la gobernabilidad de España. Este panorama es parte de nuestra realidad.
En fin, felicidades, dentro de lo que cabe y esquiven al Fisco en lo posible. Es muy cariñoso.