Lo que viví el domingo en la misa que celebró el salesiano Marco Antonio en una de las tribunas del Circuito es algo que tardaré en olvidar
Cuando me disponía a escribir esta semanal columna varios temas merodeaban mi cabeza, entre ellos la subida del paro en nuestra ciudad que nos vuelva a acercar a la cifra de los treinta mil o el carnaval adelantando que se han montado Puigdemont y los suyos con la independencia catalana, con la huida de algunos hacia Bélgica, su entrega a las autoridades y la esperanza que tienen de dilatar su venida a España para evitar ser compañeros de celda de los Junquera y compañeros golpistas, que, al fin y al cabo, anunciar el desmembramiento de un parte de un país es un golpe de estado, aunque no se haya hecho uso de las armas. A pesar de esto tenía la foto fija de lo que había vivido en la mañana dominical, otra vez con las temperaturas elevadas y el sol en lo más alto de nuestro azul cielo, en el Circuito de Jerez. Lo que viví con parte de los míos fue un bendita locura. Cientos de personas atraídas por el Centro Futuro Abierto, por el sacerdote salesiano Marco Antonio, disfrutaban de un día en el que hubo momentos para la carrera solidaria en las pistas del Circuito, para montar en tren, jugar al fútbol sala, bailar zumba, moverse al ritmo del dj -hijo de un profesor salesiano ejemplar como fue Manuel Luis-, tomarse una cervecita fresquita con un bocata de tortilla o de lomo o un pinchito, charlar con gente de tu entorno, confraternizar con los que llegaron a primera hora en autobuses fletados desde Huelva, donde Marco Antonio es una auténtica institución y para muestra el botón de esa entrega del pueblo onubense, que lo hizo Rey Mago, con él y sus proyectos. Pero con todo eso y más lo que me impactó ciertamente fue ver, a las 12 en punto, el comienzo de la Eucaristía en una de las tribunas del Circuito. La tribuna abarrotada de padres y madres, de niños y niñas. Cuando llegó la hora de la Comunión fue impresionante ver el caminar de personas por las escaleras de la tribuna. Ese cántico final a María y terminar la Misa con alegría, con esperanza, con ilusión, haciendo sonar las palmas ante el improvisado altar, con María Auxiliadora presente, es algo que tardaré en olvidar. Una locura. Bendita locura