El alcalde de aquel pequeño pueblo madrugó decidido a entrevistarse con un alto cargo de la administración autonómica. Susdos ediles llevaban animándolo desde hacía meses, pero el rubor ante tamaña proeza le frenaba. Por fin lo hizo y una secretaria de voz tajante fue la encargada de atenderle. La cita debe solicitarla por vía telemática, le inquirió, y sin dejarlo responder le soltó la siguiente retahíla: explique el motivo, adjunte toda la documentación en pdf, si requiere de alguna información adicional de nuestros servicios debe constar el nivel de los funcionarios y las referencias registrales de cada uno de los documentos. Con más paciencia que Job el regidor pudo finalmente advertirle que en su pueblo no había wifi y que él tan sólo deseaba presentarse. La secretaria rauda le espetó que entonces debía añadir un curriculum vitae abreviado y una memoria de cuanto hubiese acontecido en el pueblo en la última década. Harto ya el adocenado alcalde se atrevió a preguntar si le darían cita para la semana que viene. La operadora tras un exclamativo uf, le sembró la desazón al confirmarle que sería posible en seis meses, que había que recopilar demasiada información y que debía dar el visto bueno el Director General..
Al colgar el teléfono el avasallado alcalde se preguntó cómo explicaría esto. Decidió darle la vuelta y les contó que se había encontrado una administración eficiente, transparente y requisitoria de información que les diese garantía, y ordenó que se hiciese lo mismo en el Ayuntamiento, algo parecido a la atención al cliente de las empresas telefónicas o energéticas. Hasta él mismo eligió la música, un ritmo salsero para alegrar al ciudadano. Ambrosia llamó para que le arreglasen el socavón de delante de su puerta que a sus ochenta añosdebía saltar. Si quiere hablar con el alcalde pulse uno, con el concejal de obras pulse dos, con el de fiestas pulse tres. Ambrosia pulsó el dos, y entonces la robótica voz le dio nuevas opciones, si su problema es de agua pulse uno, de luz pulse dos y así hasta el nueve que le ofrecía la posibilidad de otros. Lo pulsó y entonces la octogenaria pudo oír: manténgase a la espera, en breve le atenderemos, y la cargante salsa volvió a sonar. Ambrosia colgó el teléfono, cogió una pala y se puso a rellenar el socavón con todo lo que encontraba. Estaba en plena faena cuando el alcalde y sus dos concejales paseaban por la calle. Sólo bastó que le preguntase que hacía, para que la heroína se volviese ristre en mano y los corretease hasta la plaza del pueblo, al grito de si no cojo al uno, cojo al dos o al tres.