La previsible última selectividad se despide después de casi cuarenta años y la abandonada reválida vendrá de nuevo a sustituirla.
Málaga 13J. Son las 6:30 de la madrugada y el resplandor del amanecer se vislumbra tras los montes. Tan sólo una ligera brisa hace mantener la esperanza de que el fuerte terral que nos sobrevendrá sea más llevadero. El crepúsculo se ve roto por las luminosas bocas del metro que te invitan a pasar a ese subterráneo en el que da comienzo la vida en la ciudad. En el andén tan sólo otras dos personas, una guardia jurado y un chico de la limpieza. El primer tren llega con otros dos pasajeros que prolongan su ansiado sueño dando cabezadas al aire. En una hora estos vagones se cargarán de cientos de jóvenes que harán su primer viaje al Campus. Se presentirán orgullosos porque en breve serán universitarios e inmortalizarán el momento con decenas de fotos que colgarán en las redes. Al llegar a la parada de Universidad la alborada ya advierte que será un día tan intenso como soporífero.
La previsible última selectividad se despide después de casi cuarenta años y la abandonada reválida vendrá de nuevo a sustituirla. El acceso a la Universidad se ha convertido durante estos años en un sinvivir para alumnos, padres y profesores. Cada vez había más en juego. Los números clausus en algunas titulaciones obligaban a luchar hasta por una milésima. La compleja aritmética de una nota final condicionaba en buena parte el futuro de los jóvenes. Las vocaciones no siempre se han visto gratificadas con la solución de la fórmula magistral, pero seguro que los nuevos métodos tampoco harán justicia plena.
Los miles de jóvenes que hoy ocupan las aulas del Campus acaban de coger su primer tren hacia su futuro profesional y nuestro terral parece presagiarles un duro camino. Con apenas diez años ya oyeron que vivían inmersos en la crisis más pertinaz del siglo. Pero en su juventud está su fuerza para vencer los obstáculos de un momento en el que aún cabe mucha esperanza.