Amigo Azman, pensaba que estaba curado de espanto. Los medios nos brindan cada día imágenes más cruentas de las que nos inmunizamos en pocos minutos. Sin embargo algunas notas de tu historia me han conmovido hasta el punto de retenerlas vivas en mi mente.
Hablábamos de los intereses de las farmacéuticas por levantar los bloqueos de aquellos países que hicieron de su necesidad virtud para poder superar la ausencia de medicamentos. Ellos han logrado extraer de plantas, animales y minerales principios activos capaces de sanar enfermedades, algo que disgusta a tan lucrativa industria porque en la salud tan solo ven pérdidas. Los secretos mejor guardados de Mao o de Castro estaban en esos remedios tradicionales, nada que ver con la engañosa homeopatía. Así, la moringa en Cuba se ha convertido en la más efectiva panacea en la historia de la humanidad y la Nobel de este año consiguió que en China no avanzara la malaria gracias a infusiones de artemisias. Recalamos entonces en los jugosos beneficios de aquellas industrias a las que los dividendos interesan más que las vidas, que sus precios estén determinados por el PIB de los estados o que ante el peligro ambiental de deshacerse de aquellas caducadas su destino sea el tercer mundo, en un gesto de hipócrita solidaridad.
Y así, en una confesión amistosa, me narraste los primeros momentos de tu vida, en los que por único juguete tuviste una zapatilla o en los que el hambre la mitigabas comiendo la arena de ese codiciado desierto saharaui que te vio nacer. Esa imaginada imagen me ha perturbado sin poder dejar de reflexionar en ella, sintiendo con disgusto nuestra injusticia en el abandono a vuestra suerte.
Los puntos y rayas de los mapas que separan personas y pueblos no son hoy más que líneas de intereses empresariales. La utopía de que un día dejen de existir es cada vez más remota, cumpliéndose el axioma de que aquella cuanto más cerca se tiene, más se nos aleja. En tu juventud, formación y experiencia nunca abandones la utopía de un África mejor, en el que cada uno de los granos de arena del Sahara que ingeriste sean la fuerza de tu empeño.