Uno de los primeros sentimientos que surgen cuando se entabla una discusión con otra persona es la necesidad de tener la razón y para demostrarla damos al otro cuantos argumentos consideremos necesarios. La cuestión es que a veces, si no disponemos de esos argumentos, encontramos cierto amparo en algo tan elemental como es dar nuestra opinión.
Esta postura que puede parecer una simpleza se adopta cada vez más en los debates sobre asuntos sociales y políticos. ¿Cómo es posible que una opinión por si misma pueda ser la demostración de que se tiene la razón en algo? Esta situación merece la pena ser analizada, aunque solo sea brevemente.
Como es lógico en un debate cada cual puede justificar su posición como le dé la gana y desde luego no siempre se hace desde la cerrazón o el forofismo.
Las personas solemos buscar una justificación para casi todas nuestras opiniones y en principio la damos de acuerdo a nuestra formación y a la información de la que disponemos. Pero en este sentido hoy día destacan dos problemas, por un lado la falta de formación que tienen muchas personas y por otro el hecho de que en nuestra sociedad impera la manipulación y la ocultación de la información.
Así, quien considere que posee una formación adecuada sobre un tema sin tenerla realmente y además se conforma con la información que le hayan dado sin preocuparse de comprobarla y ampliarla, terminará opinando desde la ignorancia (no lo digo en tono peyorativo). Pero claro, es muy difícil que en un debate alguien llegue a reconocer que no sabe de lo que habla y menos aún que sus datos son erróneos, así que con demasiada frecuencia se recurre al “opino que”.
El trasfondo ideológico que caracteriza a los debates sobre temas sociales y políticos hace que el “opino que” sea uno de los motivos principales por los cuales es tan frecuente que en esos debates se enroquen las posturas hasta llegar al enfrentamiento.
Detrás de esta forma de actuar está el hecho de que todos creemos tener la razón porque creemos saber más que nuestro interlocutor, cuando lo cierto es que una opinión no suele poseer otro fundamento que el de nuestro propio convencimiento.
Esta superioridad ilusoria se asocia al sesgo cognitivo denominado efecto Dunning-Kruger, causante de que los individuos incompetentes tiendan a sobreestimar su habilidad, mientras que los muy competentes tienden a subestimar la suya.
Actualmente este efecto hace que muchas personas crean que saben más que nadie sobre un tema después de encontrar unos pocos datos que confirman su sesgo de información, por lo general en Twitter, Facebook u otro lugar de las redes.
Lo peor es que hay muchos cínicos que sabiendo que están equivocados mantienen sus opiniones amparándose en que la mayoría opina lo mismo y tristemente convencen a muchos otros. Fuerza y salud.