A estas alturas y después de casi una semana ya estará dicho todo del acontecimiento que ha sido, y lo digo con todas las palabras acontecimiento, la salida extraordinaria con motivo del Año de la Misericordia del Señor del Gran Poder en Sevilla. No hace mucho en esta misma tribuna cargué un poco con tanta magna y tanta salida extraordinaria. Ahora me tengo que callar la boca ante lo vivido el pasado fin de semana en la capital andaluza.
Ahora no voy a enumerar y ensalzar la categoría de una corporación con tan larga historia como es la hermandad que radica en la coqueta Plaza de San Lorenzo. Son un auténtico modelo a seguir .Y bien lo han demostrado en estos días. Una organización rayando en la perfección, con una gran cantidad de hermanos en ejemplar composición, hermanos de todas las edades. El último tramo del Señor era digno de ver con señores y señoras que prácticamente arrastrándose acompañaban a la imagen universal del Gran Poder. Unos capataces, que no llevaban un paso, sino que hacían que levitara sobre las miles de personas que lo presenciaban. No se vio un solo costalero, algo inaudito en la época que vivimos. No se escuchaba una voz más alta que otra. Los hermanos Villanueva susurraban a sus hombres unas órdenes que bien se conoce una cuadrilla de hombres que saben que el protagonista es Él. A diferencia de lo que está ocurriendo hoy en día, donde pared ser que los protagonistas son los capacetes y costaleros.
Y Él… que les voy a decir yo ahora de la talla inmortal de Juan de Mesa. Ahora que han pasado las horas solo tengo en mi retina la cara de mi hijo, atónito ante la presencia del Gran Poder. Por circunstancias de la vida mi hijo lo ha visto pocas veces en la calle, que si muchas en su altar, y nunca lo había visto a plena luz del día. El domingo lo vio y su cara era de felicidad completa, felicidad que nos transmitía a su madre, a su hermana y por supuesto a mí. Él muchas cosas, por su enfermedad, no las entiende. Pero el Domingo no había que explicarle absolutamente nada, rezaba, como reza tantas veces ante su Cristo de Los Negritos y su Virgen de los Ángeles, allá en su recogida capilla de la calle Recaredo, rezaba para que el Gran Poder, en su infinita misericordia lo ponga bueno, para que el Gran Poder salve lo que la ineficacia de algún médico hizo con él; por eso los segundos de felicidad en la cara de mi hijo ante el Gran Poder no los cambio por nada en el mundo.
No voy a pedir nada más, solo que el Gran Poder siga iluminando a todos, pero principalmente que ilumine a mi hijo en la vida que le espera en el futuro y lo siga haciendo tan feliz como lo ha sido estos días en Sevilla, que serán inolvidables para él.