Vaya por delante que no he ido más de media docena de veces a los toros en toda mi vida y que siempre ha sido por invitación, y que me gusta más el colorido general de la fiesta, la estética, las señoras requeteguapísimas y perfumadas, el aroma a habano, el hilo musical trompetero con esencia a pueblo de la banda, que la faena en sí. Y que cuando la gente dice olé siempre suelo llegar tarde porque soy lento al identificar el gesto de arte, pero me emociona que al unísono todos lo vean. Y claro, aunque tarde, me uno. Más o menos como la Semana Santa, pero sin los puros. No entiendo ni defiendo a quienes se obstinan en eliminar las cosas que a otros gustan y que en definitiva son señas de identidad que nos distinguen. Y es hipócrita, entiendo, arrinconar al toreo por el pretendido sufrimiento del animal y no hacerlo con los criaderos, por ejemplo, de pollos, animalillos que en siete semanas pasan del cascarón a bandeja del Mercadona a base de piensos sinténticos y demás porquería. Casos como éste, a miles, pero quizás el no verlo los salva de la quema. Si se vendieran entradas para presenciar el milagroso crecimiento de un pollo seguramente al puchero no le echaríamos ni avecrem por puro asco.
Lo que me da rabia es que este debate lo genera Cataluña no por la fiesta en sí sino para soltar un lazo más con respecto a España, me parece, y que ahora en Andalucía, que no somos originales ni abriendo debates sino comentando lo que otros ya han hablado, haya quien quiera recoger ese guante para convertirlo en motivo de disputa parlamentaria. Porque el toro andaluz nada tiene que ver con el catalán, son animales de culturas diferentes. Mucho debate estéril con la que está cayendo, opino. Y digo yo, si fulminamos la fiesta nacional, solo faltaría retomar la eliminación de los chiringuitos de la playa y los espetos -sobre todo por el olor-, hacer caso a los detractores de la Semana Santa por la innecesaria escenificación religiosa y, por qué no, nos cargamos las ferias ante el dañino abuso de alcohol y el ruido y, ya puestos, el fútbol, que es el opio del pueblo. Un poco de spray blanco navideño y, tachín tachín, seremos Noruega.
Aunque con el fútbol, al menos, no van a poder. Me lo juego todo.