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Miércoles 27/11/2024
 
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CinemaScope

La gran familia de Sánchez Arévalo

El autor de 'Azul oscuro casi negro' regresa con 'Diecisiete', una modesta y muy interesante ‘road movie’ en la que aborda de nuevo la disfuncionalidad familiar

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La familia es una constante dentro de la cinematografía de Daniel Sánchez Arévalo; incluso una declaración de intenciones: su anterior trabajo, de hecho, se tituló La gran familia española. Lo ha vuelto a poner de manifiesto con su último trabajo, Diecisiete, bajo la producción de Netflix; una modesta y muy interesante road movie en la que describe el reencuentro de dos hermanos huérfanos, junto a su abuela moribunda, mientras recorren las carreteras y pueblos cántabros en la búsqueda de un perro con el que Héctor -el menor de ellos- realizaba terapia en el reformatorio en el que está internado. 

Como en Azul oscuro casi negro, Sánchez Arévalo parte de una situación de disfuncionalidad familiar para construir una historia que rehúye caer en la trampa del relato entrañable o en el del encariñamiento con los personajes, para entender las motivaciones, las frustraciones, los callejones sin salida, las huidas, la rebeldía, la incertidumbre, sobre la que se han sustentado las vidas por separado de ambos hermanos hasta confluir en una misma dirección, bajo la convicción de que están condenados a “saber perder”, como si no les quedara otro destino conocido.

Y Sánchez Arévalo lo cuenta todo con una efectividad manifiesta en el uso del encuadre, que es lo mismo que saber mirar, en el de la elipsis, en el tono intimista y paciente con que va descubriéndonos a la pareja protagonista, y en unos trabajados diálogos que ganan en naturalidad a partir de las voces y los gestos de  Biel Montoro y Nacho Sánchez, dos agradecidos descubrimientos que ayudan a hacer creíble una travesía que acaba convertida en una excusa para descubrir la vida a jirones de dos jóvenes condenados a una precipitada madurez y sin más vínculo afectivo que el de una abuela a quien nadie más que ellos presta atención.

Puede que el autor de Primos no haya inventado nada; incluso que su historia nos remita a tantas otras ilustres protagonizadas por adolescentes conflictivos -inevitable la referencia a Los 400 golpes, mar incluido-, pero su solvencia como cineasta le sitúa en un lugar de referencia, el que no ha perdido desde su magistral debut en 2006.

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