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‘Macbeth’: Crimen y castigo

Partamos de la base de que la codicia, la tiranía y la ambición sin freno están expuestas en su versión más sórdida...

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Entre las numerosas, algunas mudas y otras libérrimas, adaptaciones cinematográficas de la inmortal tragedia shakespeariana, destacan las de Orson Welles, Akira Kurosawa y Roman Polanski. La última es esta producción británica, firmada por el realizador australiano Justin Kurzel, cosecha del 74, estrenada en Navidad.

113 minutos de metraje. Su guión lo han escrito Todd Louiso, Jacob Koskoff y Michael Lesslie. Su apabullante y espléndida fotografía, se debe a Adam Arkapaw y su ajustada banda sonora a Jed Kurzel. Concursó en la Sección Oficial en Cannes y Sitges. Está nominada en los Goya como Mejor Película Europea y en los Satellite Awards, a las Mejor Dirección Artística y Vestuario.

Sobra decir, pero es pertinente hacerlo, que su factura y producción son impecables. Fruto del trabajo de un equipo técnico de primerísimo nivel, en todas las categorías y especialidades posibles.

Partamos de la base de que, aparte de lo expresado en la mini ficha técnica anterior, su atmósfera, su clima, sus imágenes y su puesta en escena son extraordinarias. Partamos de la base de que en ella la violencia, la brutalidad, la sangre y la muerte salpican con potencia e intensidad. Magníficas, a este respecto, las escenas de las batallas y de los crímenes, en unos feroces cuerpos a cuerpos en un caso o, si cabe aún más terribles, los perpetrados contra personas inocentes e indefensas. Partamos de la base de que la codicia, la tiranía y la ambición sin freno están expuestas en su versión más sórdida.

Partamos de la base de que la oscuridad del drama y de la época están plasmados de forma naturalista, sin que ello sea incompatible con la estilización o el refinamiento, incluso dentro del más extremo pathos, como tantos de los que pueblan esta tragedia inmarchitable. Partamos de la base de que hay también una aproximación más “realista”, por llamarla de alguna manera, a los elementos mágicos y sobrenaturales, o productos de una mente enferma, escenificados con una cercanía perturbadora, pero sin perder su aura de misterio. Partamos de la base de que su reparto es impecable. Fassbender, muy especialmente, Cotillard, llena de registros, Thewlis, noble y digno, Paddy Considine, Sean Harris y todos-as los-as demás.

Partiendo de estas bases, que hacen de ella una cinta más que estimable, valiosa y que debe verse, quien esto firma pasa a exponer ahora sus reticencias ante ella. Como la de que su narrativa es plana y lineal. Como la de que tiene un protagonismo omnímodo del personaje central, que fagocita injustamente a los-as demás. Como la de que su protagonista femenina, tan poderosa en la obra, aquí está desdibujada, si bien se la ha humanizado y matizado algo más.

Como que los acontecimientos del relato van ocurriendo atropelladamente, sin dar tiempo a digerirlos e incluso se confunden unos secundarios con otros, algo que no es de recibo. Como que eso es consecuencia de fallos del guión y por ende, provoca desajustes del ritmo. Como que pasan desapercibidos parlamentos, diálogos, pasajes y escenas, que debieron y pudieron ser resaltados. O lo que es lo mismo, que no hay escala de valores entre lo más y lo menos relevante del texto. Ni entre los -as más y los-as menos relevantes de sus personajes.

Como que las tinieblas y la negrura lo invaden todo, en el sentido plástico y metafórico del término. Solo que hubieran requerido algo de luz como contrapunto. Con todo y por todo, no deben perdérsela.

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