Tras el éxito que supuso su debut cinematográfico con la adaptación de
Enrique V, Hollywood corrió presto a llamar a la puerta de
Kenneth Branagh para encargarle una película de suspense,
Morir todavía. El resultado fue discreto y el director británico decidió volver a su país, donde terminó labrando una brillante carrera como realizador e intérprete que retomó con la excelente
Los amigos de Peter, a la que seguiría su reencuentro con el universo shakespeariano (
Mucho ruido y pocas nueces, En lo más crudo del crudo invierno, Hamlet y
Trabajos de amor perdidos), más el paréntesis de su adaptación de
Frankenstein, en cuyas imágenes combatían su excesivo apasionamiento tras la cámara, un notable sentido del espectáculo y una siempre pretendida y agradecida original puesta en escena.
Sin embargo, llegado el cambio de siglo, Branagh dejó de lucir el sello de autor para convertirse definitivamente en un aplicado director de encargo al frente de productos tan comerciales como
Thor, Cenicienta, Jack Ryan o la saga en torno a las obras de Agatha Christie protagonizadas por Hércules Poirot (
Asesinato en el Orient Express y
Muerte en el Nilo), que le han debido reportar notables ingresos, pero que han condicionado una trayectoria alejada de unas expectativas iniciales que ahora reivindica con Belfast, su obra más personal en veinte años y en la que hace acopio de recuerdos para ofrecernos una película memorable.
Ambientada en la Irlanda del Norte de finales de los 60, en pleno auge de altercados entre protestantes y católicos, el filme no es, como algunos han pretendido ver, una visión sobre el conflicto en sí, sino un retrato sobre algo tan valioso como la patria de la infancia; en este caso, la de Buddy, el niño protagonista (un extraordinario
Jude Hill), a partir de todo cuanto le rodea y da sentido a su existencia: su vida en un barrio obrero, el primer amor, los juegos en las calles, las travesuras, la felicidad, el miedo, el roce con sus abuelos, la ternura de una madre, la heroica figura paterna, la evasión en una sala de cine y el incomprensible mundo de los adultos.
Y Branagh no solo escribe y relata una historia tan sencilla como bonita y emocionante, sino que se apoya en la fotografía en blanco y negro de
Haris Zambarloukos, en las canciones del león de Belfast,
Van Morrison, y en las excelentes interpretaciones de una maravillosa
Caitriona Balfe, Jamie Dornan, Judi Dench y
Ciarán Hinds, para que no perdamos la fe en el cine en pleno siglo XXI.