Miguel Mateo Salcedo ‘Miguelín’ (In memoriam)
Devoraban sus pitillos,
lloraban o aplaudían,
entre sudores helados
que brotaban de la bahía.
Una mirada al cielo,
porque se nos ha ido el Maestro.
Lloramos su muerte,
al verlo dar su última vuelta al ruedo,
bajo la bandera de su pueblo,
y del capote de paseo.
Empresarios, compañeros, ganaderos,
políticos, ciudadanos y aficionados;
todos lo sacamos a hombros,
del ruedo de Las Palomas,
plaza de toros de su pueblo.
Unanimidad absoluta,
el Maestro era un genio,
único e irrepetible,
con su hondura,
templanza, dominio,
casta, sabiduría y raza;
por eso se llamaba,
Miguel Mateo Salcedo.
Lloverán jarreando toreros
de las escuelas y de los despachos,
e imitarán del Maestro su estilo,
señorío, personalidad y hombría;
pero ninguno será como él,
al ser personal e intransferible,
Y, ¡por qué!,
¡por qué se ha ido Maestro!,
porque ya no me lo encontraré jamás,
en esas escapadas nocturnas,
que hacía para torear a la luna
y a las estrellas en el firmamento.
Y nunca le podré decir de nuevo,
que soy aficionado al mundo del toro,
desde que usted me lo incrustó
en el alma de mi cuerpo,
allá por los años sesenta,
cuando toreaba en la añorada Perseverancia.
Pero ahora,
¡que se amarren los machos!,
¡que se los amarren!,
los toreros de esta y otras épocas,
que se encuentran en el Cielo;
porque el Maestro no se dejará ganar la pelea,
de ninguna de las maneras y formas.
Y ya lo habrán recibido,
con los honores que se merece,
y con el mismo respeto y admiración,
que toreros y ganaderos
le profesaban en el campo,
en los patios de cuadrillas,
en los callejones,
en los ruedos de las plazas
y cuando lo veían pasear,
con su bohemio embrujo,
por calles y plazas,
de ciudades y pueblos.
Porque Miguelin fue torero de toreros
y Maestro de maestros,
desde las entrañas de su madre,
en los ruedos de la tierra,
y ahora en los del cielo.
Por: José Salguero Duarte (21 de julio de 2003)