“Una tarde parda y fría de invierno. Los colegiales estudian. Monotonía de lluvia tras los cristales”.
Antonio Machado, ese poeta llano que desde el “olmo viejo, hendido, henchido por el rayo”, hasta los campos de Castilla o el limonero de rama polvorienta de un patio de Sevilla, lograba acercarnos de una manera humana a la realidad de su tiempo, como buen viajero y sensible pluma, también escribía para los niños.
“Pegasos, lindos pegados, caballitos de madera”.
No, estimados lectores, no se trata de caer en el tópico de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Ese es un peligro al que ciertas edades inclinan para no verse uno avasallado por el correr de los tiempos. Sin embargo, existen valores, actitudes y sentidos comunes que abarcan épocas, edades e historia que nos hablan de un discurrir en el que la naturaleza humana y sus propias necesidades, no varían de ángulo de percepción y análisis objetivo.
Los niños, nuestros niños, hoy no juegan con Pegasos de madera. Hoy, simplemente no juegan. Atosigados por sus obligaciones escolares, que más allá del horario lectivo se prolongan casi indefinidamente a través de los famosos DEBERES (chiquita palabra), no tienen tiempo para jugar.
Quizá, hablar del sistema educativo actual, propondría un discurso y discusión que ocuparía toda una editorial. No es el caso. Pero parte de ese sistema nos lleva, imperativamente, a formularnos una pregunta que no es indiferente y cuyo calado transciende aquellos tiempos de juego y ocio tan necesarios para la edad infantil y tan imaginativos para la adolescencia.
Qué Ley ha venido a ordenar que los niños, para cumplir con la obligatoriedad en la educación y, más allá de ello, para formarse, tengan que verse sometidos a horarios de ´trabajo´ que supera con creces en muchos casos, dependiendo de las distintas capacidades, el horario que rige las actividades laborales comunes.
Qué se persigue con estas directrices escolares que conminan a niños y padres a un sobre esfuerzo, alejando tiempos que permitan solazarse en, por ejemplo, las moscas, aquellas “inevitables golosas” que zumbaban en las tardes de estío y que también cantara el poeta.
Dónde queda el tiempo de ensoñación, actividades no lectivas que implementen lo que la legalidad no propone, ratos con la familia, descanso mental, ocio y tantos otros beneficios de la gloriosa edad infantil.
La gloriosa Ley Wert y CIA, sin embargo, como tantas otras Leyes ajustadas al capricho de los tiempos y condiciones ideológicas ciertamente sectarias, cuyo objeto no atiende la esencia del individuo, propician (en afirmativo) la desnaturalización del ser, el alejamiento de la poesía y la conversión en puro engranaje el desarrollo y vida de quienes hoy no tienen la capacidad de decidir sobre su presente, condicionando su futuro: los niños.
La protesta por los deberes tuvo en el 2012 y en Francia uno de sus puntos álgidos, con la manifestación de miles de padres de alumnos al protestar por lo que denominaban ´trabajos forzosos´, en relación a la cantidad de deberes que tenían sus hijos. En España, una madre a través de una petición en la plataforma digital Change. Org., ha conseguido recientemente en una semana 200.000 firmas que secundan la protesta en el mismo sentido y que va acompañada de un video que termina con una pregunta: “¿No es hora de que les devolvamos la infancia?”.
La pregunta a los padres sería: ¿realmente consideran necesario para la educación real de sus hijos la cantidad y obligatoriedad de los deberes actuales?
Subyace una queja larvada en muchos casos. En otros más declarada. Pero sin embargo no se da el paso organizado que cuestione frontalmente qué están haciendo con los niños y por qué, mediante esta regulación escolar que apunta maneras selectivas y discriminatorias.
Aparte de la capacidad económica familiar para acceder a clases extraescolares, cosa ya de por sí selectiva y discriminatoria en lo que oficialmente se quiere denominar gratuidad de enseñanza, el exceso de deberes conlleva una dedicación anexada del padre o de la madre que seguramente en muchos casos dependerá del organigrama familiar, propiciando éxitos o fracasos de oscura imputación a la capacidad del alumno o alumna.
Podríamos, en un análisis más amplio que, como apuntábamos, no permite esta edición y formato, profundizar en un tema que tiene más importancia de lo que parece y cuya condición y condicionado va mucho más allá de la inmediatez. Se trata de la formación, la verdadera formación de quienes “cantan cuando en corro juegan y vierten en coro sus almas que suenan”.