Creo yo que hablar y más aconsejar sobre lo que se desconoce, debe ser malo porque se está a punto de confundir y engañar. Si en la antigüedad, una antigüedad de tan sólo 51 años, un sacerdote escribía sobre los pecados que a cada persona le aguardaban en la playa, sin ir a ella, ese señor por muy clérigo que fuera, mentía burdamente y engañaba con sus falsos consejos a todos o por lo menos a los beatos, más bien beatas, que a él se dirigían.
En 1958, un sacerdote canónigo de la Catedral de Cádiz, el padre Andrades, escribió un libro titulado Postales piadosas, que iba en aquel año por su segunda edición.
En la página 55 y otras, escribe el decálogo de la joven cristiana en la playa. Le ruego que se siente, se acomode, se cargue de paciencia y a la vez de consideración hacia ese señor autor de los despropósitos y lea: “Bañarse separada de los muchachos por muy de fiar que éstos sean. Usar un bañador decente. El maillot –¿qué sabría él?– no lo es. No tomar baños de sol, a lo menos a la vista de los hombres. No pasear en bañador por la playa. Usar siempre el albornoz para ir de la caseta a la playa (...) y viceversa. No permitirse paseos ni entablar conversación con los muchachos que vayan en bañador –digo yo que mejor con gabardina–. No permitirse para la playa cualquier traje por escaso que sea, en la creencia de que en la playa “todo pasa”. Porque pasará en la playa, pero “pesará” en la conciencia –¿es la decencia y la moral cuestión de centímetros?–. Tener muchísima precaución con el sentido de la vista. Por nada ni por nadie, ceder a libertades que ofendan al pudor. Hacer cada día en la misma playa un acto de presencia de Dios, siquiera mentalmente, que ayudará no poco, si bien se hace, para alejar muchos peligros”.
Todo este torrente de disparates, los escribió el buen señor sin haber tal vez pisado una playa en toda su vida. Sería a través del confesionario, del alienante confesionario, de donde le vendrían los soplones hipócritas contando mil y una mentiras. Así hoy les luce el pelo a algunos que yo me sé...
Y bueno está –que no está– que “eso” o “esto” lo escribiera un ¿casto? célibe en esos años. Bueno está. Al fin y al cabo esa era su misión y por ello cobraba un sueldo y demás prebendas; pero mire usted que tener los alcaldes que dictar bandos prohibitivos acerca la manera e estas en las playas o de salir del agua... Tiene bemoles el asunto cuando la moral de muchos alcaldes sobre el sexto –sí, el del sexo porque los demás en España jamás han existido– dejaba mucho que desear. Esto era ayer... pero es que hoy ha vuelto otra vez..
Y es que por puro milagro no salimos desquiciados –¿o sí hemos salido desquiciados?– de tanto empacho y de tanta pamplina. Eras otros tiempos, sí señor, pero qué tiempos, señor, qué tiempos.
En mil novecientos cincuenta y ocho un sacerdote de Cádiz dictaba estas normas morales acerca de cómo estar en la playa sin él saber cómo se estaba en la playa. Vivir para ver...
En 2009, unos tontainas nos dictan normas de moral. Hay que ser gilis, porque la moral es otra cosa. Ir desnudo en una zona nudista, es tan normal como tomarse un refresco en la playa, a lo peor prohibido por la manía de prohibir.
Estamos quedando ante toda España como tontos irredentos, como pazguatos. ¿Y este es el Cádiz liberal...? Vamos, hombre.
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