"Volví a ver aquella película hace años, en la calle MX, en un cine que ya no existe, al cual sólo íbamos un par de viejas judías y yo. Debió ser una de las últimas que dieron allí. Sin orientación alguna sobre cómo interpretar las imágenes, el espectador tenía que adentrarse en la búsqueda de significado por sí mismo, abrirse paso a través de un mundo donde la ausencia de palabras tenía una fuerza magnética y las imágenes eran un espacio meramente conceptual. En aquella película, incluso la más simple de las acciones (hacer una maleta, comprar un billete de tren, cocinar o asistir a una entrevista de trabajo) amenazaba con convertirse en un ejercicio complicado, laborioso y resbaladizo. Sin darme cuenta, me encontré a mí mismo escribiendo a medida que leía aquel libro en imágenes, aquella película escrita como una obra narrativa sin palabras. ¿La entendí? No estoy seguro. La leí con los ojos de 1990 y me daba igual ocho que ochenta. Pero estar allí sentado, en la oscuridad de la sala, volviendo a ver lo mismo, pero con ojos distintos, adentrándome en un lugar de ficción donde la gente era la misma, pero vestida de forma extraña, donde se oía la misma voz de entonces, pero en sordina, ya merecía la pena. Suspendida la incredulidad, el equilibrio entre los objetos cotidianos, los animales y las personas, lo que entendí valió por lo que dejé de entender. Que en la película se entendía todo, quiero decir, pero mis propios recuerdos, esas nociones básicas pero imprecisas de las cosas que me rodean, se solapaban con una conciencia de ambientes saturados de significados ocultos; todo muy extraño, lo sé, pero muy convincente, como habitar un país sin nombre, donde los personajes flotaran a la deriva bajo luces inquisitivas; a lo largo de calles, puertas y armarios que ocultan sus contenidos; a través de señales que hacen señas, invitan o advierten; a través de alfabetos indescifrables.
Se me puso la carne de gallina con aquellas notas visuales, escritas a base de estados de ánimo y atmósferas, las calles y sus vehículos antiguos, sus plantas y animales al azar, sus signos y carteles, sus interiores donde había personas trabajando, comiendo, hablando y jugando, aquella escultura colosal en mitad del puerto, que saludaba a los inmigrantes, que subían a los trenes nada más bajar del barco, aquella plaga de monstruos, aquella amenaza opresiva, aquel entorno transparente y opaco, sensible y confuso, pero siempre abierto a un nuevo significado. Vi (o volví a ver) aquella narración ilustrada para mirar más allá de mis propias circunstancias, para considerarlas desde una perspectiva diferente. Eso me permitió caminar en los zapatos de otro durante un tiempo, pero más importante, me invitó a caminar con mis propios zapatos. Me hizo extranjero en tierra extraña: la misma voz, pero más antigua."
Extracto del primer capitulo de la novela WTBTC (Amargord ediciones, 2018) de José de María Romero Barea (Córdoba, España, 1972) profesor, poeta, narrador, traductor y periodista cultural. https://romerobarea.wordpress.com/ Twitter @JdMRomeroBarea.
La crítica ha dicho de la obra narrativa de Romero Barea:
“… un bello libro muy ambicioso y complejo … una novela escrita desde la poesía, con fragmentos breves y nerviosos cargados de intensidad y significados” (Fernando Iwasaki, prólogo de Hilados Coreografiados).
“… emociones dibujadas con elegancia … universales y eternas”. (Marina Bianchi, número 5 de Duende, Suplemento Cultural de la revista literaria italiana Quaderni Iberoamericani).
“… toda una metafísica, toda una epistemología y una filosofía del lenguaje.” (Leonor María Martínez Serrano, diario Luz de Levante).
“… un complejo rompecabezas poblado por personajes ininteligibles y fluidos, sujetos a una perpetua metamorfosis.” (Rossella Michienzi – Università della Calabria, Revista Quimera).