Todos necesitamos un respiro, parar un poco, simplemente recuperar fuerzas para otro día, o esconder las penas y cambiarlas por alegrías
A mí estos días me está embriagando una sensación extraña y complicada en torno al Recreativo. Por una parte, da la sensación de que estamos en el colofón final de un alargado sufrimiento que debe trascender en el tiempo como acto heroico de los que no tienen/tenemos rostro mediático, ni potencial económico (pero sí mucho sentimental) y de una ciudad que ha resucitado a su club a base de unos veranos terribles y temporadas agobiantes. Estamos en tanta disposición que hablamos de fichajes, de ponerle el cartel de salida a dos jugadores (cuando no hace mucho había que rogar porque nadie se fuera) y además medio nos enfadamos (yo muy poco, la verdad) por perder ante el filial de Las Palmas tras cinco partidos imbatidos y entre ellos cuatro victorias. Entiendo el júbilo. Nos lo merecemos, qué duda cabe. Todos necesitamos un respiro, parar un poco, simplemente recuperar fuerzas para otro día, o esconder las penas y cambiarlas por alegrías. Es algo bastante humano. Pero mi sensación a nivel general con el Recre, es que aún no hemos hecho nada. Ni es “nuestro” club más allá de lo que pueda ser una farola o el alumbrado navideño, ni siento que haya resucitado de verdad. Hablar de fechas es una quimera y a cualquiera se le quitan las ganas de predecir algo, incluso de pensarlo. Pero el Decano sigue crítico mientras exista el embargo de Hacienda. El día que se pueda pagar la cantidad acordada, ese día, no habrá quien me aguante en mi gozo. Supongo que es compartido por todos, incluso por esta directiva currante que sabrá que ese día se le multiplicará por diez el trabajo para dar entrada económica y pagar tantas cosas. Ese día puede ser mañana. O yo qué sé cuándo, no me apetece decirlo. Lo que me apetece es sentirlo de verdad. De momento vivimos una ilusión, necesaria, porque la cruz a cuesta estos años nos ha dejado cicatrices importantes en cada uno de los aficionados. Algunas de ellas las miramos con cariño y aprendizaje, otras nos gustaría olvidarlas sabiendo que no es posible. Sólo nos queda diluirnos. Es lo precioso del fútbol, la capacidad de transgredir todo lo pensado en esas dos horas y pico que pasas en el campo de fútbol, cuando viajas para ver a tu equipo o cuando está en la tele. Mientras rueda el balón hay otras cosas en juego que aparcan el día a día. Pero este domingo, como desde hace muchos domingos, cuando me vaya del estadio Nuevo Colombino seguiré lanzando mi mirada de añoranza. Esa añoranza de que no había problemas, de que sólo había balón, goles, fallos y clasificación. ¡Qué ganas de que sea real y no una ilusión!