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Pedro Sevilla, el poeta que quiso ser alcalde

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  • El poeta arcense Pedro Sevilla durante un recital poético en Chipiona -
En mayo de 2003, cuando trabajaba en el Arcos Información, nos encargaron desde Jerez una entrevista con el candidato a la Alcaldía por Izquierda Unida, ya que daba el perfil para una sección especial dedicada a personas relevantes implicadas en la campaña electoral. La relevancia en cuestión venía dada, en este caso, por su condición de poeta y escritor. Aquella entrevista -las preguntas- la hizo finalmente Fulgencio Estébanez y la firmamos al alimón, ya que yo me encargué de documentarla y rematarla. El titular fue "Pedro Sevilla, el poeta que quiso ser alcalde". No llegó a serlo, pero a punto: sus votos -eran de él, por él, no de Izquierda Unida, como se ha demostrado más tarde- pusieron fin a doce años de gobierno local del PP, ya que sirvieron a su grupo para formar gobierno de coalición con el PSOE. Pedro fue delegado de Cultura, aunque apenas aguantó un año en el cargo a causa de los males, como dirían en mi pueblo, que le obligaron a dejar de ejercer la política, que no la militancia, y, de paso, a brindarle más tiempo para leer, escribir, ver películas, ofrecer recitales, apadrinar alumbramientos literarios, proseguir su carrera como columnista en prensa, incluso, para acondicionar un pequeño alojamiento turístico en el casco antiguo. El jueves pasado presentaba su nuevo libro de poemas, Todo es para siempre, una antología poética editada por Renacimiento, que recoge una selección de sus tres poemarios precedentes (Septiembre negro, 1992; La luz con el tiempo dentro, 1996; Tierra leve, 2002), junto con diez nuevas creaciones, enmarcadas bajo el título de Aún hay sol en las bardas. Como ha escrito otro poeta de sangre arcense, aunque criado en la capital, Jorge de Arco, la nueva obra de Pedro Sevilla es "una antología, en suma, para siempre llevarla cerca, aferrada a la mano o al corazón. Y que da fe del hombre bueno y del buen poeta que hay delante y detrás de estos versos, de estos pedazos de fe. Y de vida".


De los poetas de Arcos se ha escrito que hasta "nacen por colleras" (Antonio Burgos dixit, en alusión a una referencia de José María Pemán), como queda demostrado en los casos de los hermanos Antonio y Carlos Murciano y de José y Jesús de las Cuevas. Pedro Sevilla pertenece a una generación posterior todavía a la espera del relevo, aunque mimbres no faltan. Su voz es fuente de inspiración, igual que para él la fue la de Julio Mariscal, y ésta su primera antología permite afrontar con claridad sus aristas, a veces suaves, como la eterna esencia de la rosa, a veces cortantes, como las sacudidas del paso del tiempo y las ausencias. Prologa y selecciona el portuense Enrique García Máiquez, quien nos advierte en su introducción: "Que no os confunda, amigos, la facilidad de estos (primeros) poemas ni su temática a primera vista intrascendente. En parte están retratando nuestra época, que da para lo que da, pero sobre todo dejan ver el alma humana, su soledad, sus inquietudes, sus emociones... En esta poesía la evolución está muy clara: ir ganando transparencia sin perder ni amenidad ni cercanía".

"La familia, el pueblo y la poesía como compromiso moral", establece García Máiquez, son los temas que configuran esta antología, marcados siempre por unos versos que "saldan una deuda de justicia y amor", como el mismo poeta expresa en Valor de la poesía:

Te pregunas, a veces, qué sentido
tiene escribir poemas, en renglones contados
ir fijando memoria y biografía
cuando el dolor es dueño de las calles
y plaza sin palomas.
¿No es empeño de humo esta acuciante
tarea de explicar una vida, la tuya,
mientras los otros mueren o malviven
en el ancho país de la injusticia?
Piensa que si estas cosas te planteas,
y el ajeno dolor no te resulta
indiferente, es algo debido a la poesía:
perseguir la belleza con palabras y ritmo
-que eso es un poema-
no arreglará una vida cruel e inexorable,
pero a ti te hace bueno, y triste, y misterioso,
tres cualidades que, si bien te fijas,
nacen de frecuentar a la hermosura.
Así que no lo dejes, persevera,
traza la cuchillada de luz de algunos versos
con los que a veces tiemblas y que hablan de ti.
Crearás un fantasma, el fantasma que eres.
Pero, eso sí, un fantasma cargado de moral.

Este fin de semana no me he despegado de esta hermosa, honesta y cercana antología, entre otras cosas porque mi hija pequeña, que todavía no sabe leer, pero que anda acumulando cuentos y libros, tengan o no ilustraciones, se encaprichó con la pequeña, colorista y elegante portada del poemario, hasta apoderarse de él en un par de ocasiones para llevarlo a la estantería junto a sus cuentos de Ada y Max, El dragón perezoso y Caperucita Roja, lo que me obligó a ocultárselo en el bolsillo de mi pantalón. Sin duda, en el futuro, cuando pasen los años, tendrá oportunidad de aferrarse a sus versos, de entenderlos, asumirlos, madurarlos, como yo vengo haciendo desde hace unos días. Tal vez a ella le falte la referencia vital del sabor y el sentir del pueblo, el tacto del trigo, el aroma de las tabernas, pero pronto aprenderá que el de la rosa, es el "aroma de los siglos impreso en su mortal arquitectura", que la luz, la lluvia y el paso del tiempo forman parte de sus recuerdos, que siempre se está en deuda con la familia que nos enaltece, que la adolescencia "es eso: unos ojos muy limpios, un verso arrebatado... o la patria de donde ya no eres", que la amistad es sagrada y la Nada un peso doloroso y grave, que todo es para siempre y todo llegará.

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