La presentación de la novela “Mitze Katze” (Amargord, 2016), de José de María Romero Barea tendrá lugar en la Biblioteca Provincial de Aguilar de la Frontera, Córdoba, el próximo 29 de abril, organizada por la Fundación Vicente Núñez y el Ayuntamiento de la localidad. El acto tendrá lugar en plena Semana del Libro y la Lectura.
Acompaña al autor la profesora de la Universidad de Córdoba Leonor Martínez Serrano.
La crítica ha dicho de la obra narrativa de José de María Romero Barea:
“… un bello libro muy ambicioso y complejo … una novela escrita desde la poesía, con fragmentos breves y nerviosos cargados de intensidad y significados” (Fernando Iwasaki, prólogo de Hilados Coreografiados).
“… emociones dibujadas con elegancia … universales y eternas”. (Marina Bianchi, número 5 de Duende, Suplemento Cultural de la revista literaria italiana Quaderni Iberoamericani).
“…una novela desconcertante, excitante y brillante … con diferentes registros narrativos.” (Pedro Luis Ibáñez Lérida, en Mundiario).
“… personajes complejos y fluidos, sujetos a una perpetua metamorfosis … toda una metafísica, toda una epistemología y una filosofía del lenguaje.” (Leonor María Martínez Serrano, diario Luz de Levante).
A continuación, un capítulo de "Mitze Katze":
"Estuvo unas horas esperando porque sabía que la espera merecería la pena, echado entre dos mutilados de un brazo o ambos brazos, una pierna o ambas, al lado de tipos con gafas de culo de botella, sordomudos que aparcan coches, paralíticos, enfermos crónicos, discapacitados, ancianos, niños, alcohólicos, drogadictos, niños que hacen de limpiabotas por un euro o aparcan coches por un euro, niños que tienen que llevar a casa, sí o sí, cinco o diez euros, pero alguien se los roba, o bien se lo gastan en tabaco, o lo pierden todo a las cartas, niños que no vuelven a casa, porque total, y hacen propósito de enmienda. La carne, y más la carne de un niño, es débil, y siguen haciendo de limpiabotas por un euro o aparcan coches por el mismo precio y ganan cinco o diez euros que vuelven a perder y se encuentran de nuevo en la calle, y prefieren la calle a los golpes, sin un euro pero libres, con la esperanza de volver a ganar cinco o diez euros mañana, y esta vez no perderlos y llevarlos a casa, pero ese día nunca llega y pagan su karma teniendo que trabajar en el día de los trabajadores, esa contradicción que es lógica de puro obvia, sin dinero y sin golpes, en la intemperie pero con esperanza, todo lo contrario que en casa. Dormir en cualquier rincón, mendigar pan y conversación, la mejor forma de ser de Maravilla que esos niños conocen. Comen lo que se les antoja y cuando quieren, cuando hay comida, quiero decir. Se escuchan entre ellos, llevan camisas delicadas, pandillas de niños y adolescentes que conviven junto a los chulos y las prostitutas, que pueblan y viven en la calle Ma non troppo. La vida de los niños normales nunca está a la altura de la vida de los niños de la calle, un atractivo para los primeros, quiero decir, que se mueren por ser de la pandilla de los últimos y tener amigos mayores, tener un líder, vivir una vida que imaginan rica en aventuras, una vida menos saturada y más certera que es la que viven Mitze y los niños que vagan por las calles sin nada qué hacer, que trabajan más de veinticuatro horas al día, venden periódicos, limpian coches, recogen chatarra, empujan carritos de supermercado, aparcan coches y los vigilan y/o pinchan sus ruedas, niños que venden caramelos, se apostan en las estaciones de autobuses y llevan el equipaje por unas monedas, niños que ofrecen su cuerpo, al amparo de sus chulos, niños camellos, carteristas, gente con gusto, niños a los que no tumba la gastroenteritis, ni la alergia, ni el último coletazo, el más cruel, del verano, que enferman una vez y siguen enfermos, que sienten a través de su doble piel, una capa de grasa que es el aceite y la grasa de las calles de Maravilla, la mugre que les protege de los navajazos, las infecciones que no les empañan el buen humor. No es que hayan reducido a humor la sensación de libertad. Es así, entre risas, que la alegría les parece más auténtica a esos niños que se acompañan de niñas de mirada dulce y piden monedas u ofrecen sexo heterosexual u homosexual en sórdidas pensiones, en los asientos traseros o en servicios públicos, niños vigilados por otros niños o por ancianos a los que acaban de operar de las rodillas, ancianos en sillas de ruedas que cuidan a otros ancianos mutilados de un brazo o ambos brazos, una pierna o ambas, que a su vez son vigilados por Mitze que apenas sale de la calle Ma non troppo, encerrado (si se puede estar encerrado en mitad de la calle), con una sensación de libertad que Mitze disfruta sin pudor y sin temor que vaya a dar en locura, comiendo lo que puede. Si no hay dinero, rebusca en los contenedores tras los restaurantes o los grandes almacenes, y luego están los pequeños hurtos en tiendas. Si no hay nada de esto, siempre están el cine, la música, la lectura, que lo distraen del hambre. Nada que compararse pueda a un buen filete, nada que lo ancle de forma más efectiva al ser (y la nada) que un trozo de carne y sueño a la puerta de un banco, o sobre un banco en el parque, o junto a un conducto de aire acondicionado, o junto a una fogata, o en las escaleras de una estación de tren o autobús si es de noche. Mitze prefiere dormir de día, a solas, (a los niños les gusta dormir juntos y acurrucados), sobre un par de cartones, bajo una manta vieja o un periódico usado. A veces los niños le traen un par de zapatos, y Mitze duerme con ellos bajo la cabeza, y tiene sueños en los que su madre regresa, y es como si su madre jamás se hubiera muerto, o sueña que se le caen los dientes y son las monedas que se ha metido en la boca, o sueña que le cortan la pierna y es la bota de un policía sobre su pierna, o sueña que hace frío y es que hace frío o es el chorro de agua fría del camión de la limpieza, o sueña que una abeja le pica la oreja y es el arma de un policía apoyada en su oreja. Ya que insisten, les diré lo que pienso de la vida de Mitze: pienso que se lo pasa de puta madre, al menos mejor que yo, que le envidio esa vida que se ocupa y se preocupa de sí misma, esa familia que se amplía según las circunstancias, donde la lealtad y el amor dependen de un golpe, y la emoción son patadas, ostias y puñetazos. Envidio todo el tiempo libre del que dispone y que Mitze pasa jugando al fútbol en el parque o haciendo cosas de niños junto a otros niños al borde de la carretera, u oliendo pegamento, pintura, quitaesmaltes, abrillantador de zapatos, gasolina, tomando alcohol, nicotina, cannabis. Así estaba yo, emocionándome con Mitze, recordando a su madre en su sueño después de haber tomado cannabis, pobre Mitze, sentado frente a su madre en un café de la calle Plástico, como el chico sencillo y bueno que es. Así estaba, digo, cuando Mitze le dijo su madre muerta, sin decirlo, que tendrían que verse más a menudo, que a ver cuándo era ese día en que tendrían más tiempo de quedar y estar juntos, y yo pensé que el pobre Mitze tendría que esperar a morirse para ver cumplidos sus sueños. Así estaba yo, digo, emocionándome escribiendo la crónica del sueño de Mitze, cuando se fundió la pantalla del portátil en el que escribía y se llevó por delante las ganas de contar. Y de ahí al desguace".