No es la primera vez que sucede y, de seguro, que conforme pasen los días, las semanas y los años –si no lo remediamos– acontecerá con mayor asiduidad. Y es que por mucho que quieran vendernos la moto de que nuestra sociedad actual es –hasta el momento– la más avanzada, tengo más que serias sospechas de que estamos tocando fondo en el renombrado progreso humano.
El otro día, a primera hora, como de costumbre encendí el ordenador de la oficina y cuando intenté conectarme a la aplicación de la compañía –que necesariamente pasa por internet– indispensable para desarrollar mi trabajo, frustración, la conexión al dichoso internet no funcionaba. Después de numerosos intentos, sin éxito, de conectar y tras marcar distintos números de la operadora en cuestión –todos a nuestro servicio– llegué a uno en el que la grabación de una señorita con voz metálica y artificial me informó de que problemas que afectaban a la banda ancha –nada me dijo de la estrecha– impedían el acceso momentáneo a las fenomenales prestaciones que nos ofrecen a diario, y que trabajaban denodadamente para subsanar la anomalía. Sin embargo, pasaron las horas y la anomalía no quedó subsanada hasta el día siguiente.
¿Por qué piensan que tiene que ver el fallo en la red del otro día, con la aseveración del principio de que estamos tocando fondo, o mejor dicho ya lo hemos tocado, en el progreso humano? ¿Por qué a estas alturas sigan produciéndose fallos frecuentes en las conexiones, por qué te quedes sin línea informática y te aten de pies y manos, por qué haya que estar de un número a otro para que te den mínima información de lo que pasa, etc.? Nada de eso, el progreso humano ha tocado fondo porque cuando estamos de lleno en una crisis monumental, con más de tres millones de parados, las empresas tienen la desfachatez de reducir y reducir puestos de trabajo, a cambio de elaboradas centralitas robotizadas que no te permiten decir ni pío y que lejos de estar a nuestro servicio –como falsamente nos anuncian– se sirven de la cruenta competencia a la baja de sus precios y tarifas, siempre a favor de engrosar las cuantiosas ganancias de unos pocos a costa del drama de la cada vez más numerosa masa del pueblo.
Y es que no todo vale. No vale que se abaraten los precios de los productos y servicios que consumimos, evitando el contacto con el profesional con nombre y apellidos que te aporta el valor personal que en ningún caso te lo da una diabólica máquina. Así, hoy puedes –por internet– abrir una cuenta corriente, leer un periódico, contratar un seguro y comprar lo que quieras, por supuesto siempre que tu línea de banda ancha no le dé por fallar y, todo ello, sin tener que verle el careto o escuchar la voz humana de tu interlocutor.
Así, con la avanzadísima técnica, podemos ser de los más chachis, con nuestro PC portátil con conexión Wifi y podremos adquirir casi todo lo que queramos, siempre a un precio más bajo del que encontraremos en los lugares tradicionales.
No hay por qué preocuparse, bueno, hasta que un día –mal día– engrosemos las cifras del paro, esas que parecen importarle lo justo a nuestros dirigentes. Y entonces recordaremos que es el precio que tenemos que pagar para que no decaiga el progreso humano o, quizás inhumano y, seguramente cuando acudamos a la oficina del INEM, unas máquinas gigantes nos atenderán mientras marcamos y marcamos números, siempre bajo las indicaciones de una señorita de voz metálica y artificiosa. Entonces, ya será tarde para que nos erice la piel, su frialdad.
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