El 7 de junio los ciudadanos de la Unión Europea tenemos nuestra cita quinquenal con las urnas para elegir a los miembros del Parlamento Europeo, asamblea parlamentaria y único parlamento plurinacional elegido por sufragio universal directo en el mundo. Aunque fue fundado sólo como una asamblea consultiva, sus poderes legislativos aumentaron notablemente a partir del Tratado de Maastricht (1992). En la actualidad, ostenta, junto al Consejo, el poder legislativo de la Unión. El Parlamento Europeo ya se preveía en los Tratados constitutivos de las tres Comunidades Europeas. En estos primeros tiempos se le llamaba Asamblea, hasta que una resolución de la propia Asamblea en 1962 cambió su nombre por el de Parlamento.
El Parlamento fue, junto con el Tribunal de Justicia, una de las instituciones que se unificaron en virtud de la Convención relativa a ciertas Instituciones comunes, firmada en Roma al mismo tiempo que los Tratados que instituían la CEE y la CECA. Por ello, siempre ha habido un sólo Parlamento, que ejercía las competencias atribuidas en cada uno de los tres Tratados.
En junio de 1979 se eligió por primera vez a los miembros del Parlamento Europeo por sufragio universal directo. Sólo 34 años después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados europeos acudieron a las urnas para elegir una asamblea común. Era el símbolo de reconciliación más espectacular de que podían dotarse los europeos.
El Parlamento Europeo representa a los pueblos de los Estados miembros de la Unión Europea. Es el único órgano o institución de la Unión cuyos miembros son elegidos directamente por los ciudadanos comunitarios mediante el sufragio universal. Esta característica proporciona al Parlamento Europeo su legitimidad.
En las reflexiones sobre la reforma de la Unión Europea, el Parlamento Europeo desempeña un importante papel en dos sentidos: por un lado, en un modelo democrático de Comunidad, corresponde al Parlamento un papel central de decisión como institución electa y que representa a los ciudadanos; por el otro, actúa también como un motor esencial para impulsar el cambio. El Parlamento Europeo es la única institución comunitaria que se reúne y delibera en público. Sus debates, dictámenes y resoluciones se publican en el Diario Oficial de la Unión Europea. Todos los debates del Parlamento y de sus Comisiones se mantienen gracias a la interpretación simultánea de todas las lenguas oficiales de la Unión: alemán, búlgaro, checo, danés, eslovaco, esloveno, español, estonio, finlandés, francés, griego, húngaro, inglés, irlandés, italiano, letón, lituano, maltés, neerlandés, polaco, portugués, rumano y sueco. Asimismo, todos los documentos parlamentarios se traducen e imprimen en esas veintitrés lenguas.
Los ciudadanos pueden dirigirse en cualquier momento a los diputados europeos para comunicarles sus preocupaciones e iniciativas y pueden, individualmente o en grupo, ejercer su derecho de petición con un carácter más formal y dirigir al Parlamento Europeo solicitudes o quejas sobre temas que sean competencia de la Unión Europea. Estamos en una Europa en permanente evolución, donde el intercambio de estudiantes, trabajadores, turistas, jubilados y residentes es cada vez más común y que hace que las fronteras se vayan diluyendo más y más, y que todos miremos cada vez más a Bruselas y a Estrasburgo, sede del Europarlamento donde sus directivas repercuten directamente en las leyes promulgadas por los parlamentos nacionales. Todos los europeos llamados a votar debemos tener conciencia de la influencia creciente que Europa tiene, y tendrá, en nuestras vidas. En el continente cuna de la civilización occidental donde hasta hace no mucho tiempo las naciones que lo constituyen luchaban entre sí en guerras fraticidas, estamos llegando, a pesar de los innumerables obstáculos, a convertirnos en la primera potencia mundial en todos los ámbitos. Hemos hecho de la necesidad virtud y estamos haciendo bueno ese refrán español que dice de una dama entrada en años pero que está aún de buen ver aquello de “quien tuvo, retuvo”. Europa, esa anciana madre de Occidente, aún es y será por mucho tiempo la bella matriarca del mundo. Y los europeos, sus privilegiados hijos, sólo tenemos que seguir haciendo posible que los valores que han hecho de esta tierra el lugar más próspero y seguro para vivir perduren. Participemos activamente, pues, en su construcción.