Cuando se cumplía el último verano que Chef ali pasaría con nosotros recibimos una llamada de su padre que se encontraba trabajando ilegalmente en España. Curtido en la dureza de ser un sin papeles, nos saludamos y se sentó en el sofá de nuestra casa.
Allí estuvo durante dos días con sus noches en los que su hijo estuvo pendiente de cualquier cosa que pudiera necesitar. Al final, me planteó que quería que su hijo se quedase con él en España.
Su petición era absolutamente lógica, pensé, era su hijo. ¿Qué habría hecho yo en su lugar? Pero yo debía consultarlo con la Asociación AMAL-Esperanza, responsable de la acogida de los niños.
Como yo imaginaba, el niño debía volver con los demás a los campamentos de refugiados en Argelia. Fue duro decírselo, y mucho más la despedida.
Aún así, aquel padre me agradeció la acogida y el trato dispensado con su hijo en estos años, si bien no descartaba que alguna vez su hijo se jugara la vida intentando cruzar el Estrecho si las cosas no mejoraban.
Cinco años después tuve la oportunidad de volver a verle en los campamentos saharuis. Había crecido mucho aunque estaba muy delgado. Sus grandes ojos de color miel denotaban la dureza de la vida que llevaba. Todo lo vivido con su padre en casa se me vino a la cabeza.
Qué dura y qué injusta es la vida para este pueblo, abandonado a su suerte en medio del desierto, olvidado en las agendas de los países que podrían solucionar el conflicto y dependiente exclusivamente de la solidaridad de la ONU y de las ONGs.
Durante 30 años, miles y miles de subsaharianos, entre los que también habrá habido saharauis, han intentado cruzar la frontera que les separa del mundo desarrollado.
Huyen de la pobreza, pero también de los conflictos armados o de la represión como la que ejerce Marruecos en los territorios ilegalmente anexionados.
Naufragios, devoluciones en caliente, vallas con cuchillas han sido las respuestas que encontraron.
En estos días, estamos siendo testigos de un éxodo masivo de refugiados a través del Este de Europa.
Huyen de la guerra, de la represión y de la pobreza, provocadas en parte por las políticas belicistas occidentales. El drama humanitario es de tal magnitud que parece que se van a acoger algunos cientos de miles.
Estando totalmente de acuerdo con la acogida y con los brazos abiertos que debemos dispensar a los refugiados, uno se pregunta si, una vez más, no hay discriminación entre la procedencia de los mismos, porque las concertinas y el férreo control sobre el Estrecho siguen siendo el día a día para los que proceden del continente africano.