Esta semana ha visitado Jerez la religiosa Lucía Caram, ya popularmente conocida y establecida como la “monja mediática”, que lo es por “revolucionaria” -para nuestra desgracia somos un país de etiquetas-. Sor Lucía, como la llaman sus admiradores -también es otra etiqueta, como la que usaban los que iban a Sevilla a pedir cita con el Defensor del Pueblo, el “padre Chamizo”-, es natural de Argentina y pertenece a la orden de clausura de las Dominicas Contemplativas, junto a las que lleva en España desde hace 18 años en un convento manresano.
Por sus hechos la conoceréis, pero sobre todo por su discurso, que sirve de aliento en estos momentos a miles de personas sacudidas por la crisis, en tanto que ejerce como portavoz de ellas frente a los poderes fácticos.
Me comentan su decepción quienes acudieron a una de las charlas de esta semana, movidos más por la curiosidad que por la admiración, ante la ausencia de mensaje evangélico en cada una de sus proclamas, entendido a su vez como signo de desacreditación. Supongo que los prejuicios también son inevitables, más aún cuando se subraya una condición de “monja de clausura” que poco concuerda con los cánones conocidos por esta tierra, y mucho menos a partir de la popularidad alcanzada por Caram a través de la televisión e internet, por lo que, al final, la conclusión más rápida que pueden alcanzar quienes desconfían de la puesta en escena es que estamos ante un nuevo producto televisivo de Paolo Vasile, como lo han sido y lo son tantos personajes de su inagotable factoría catódica.
De hecho, Mediaset llama esa misma tarde a Ondaluz TV para solicitarle las imágenes del acto en La Atalaya y emitirla en sus espacios informativos. La conexión, pues, existe, aunque entiendo que no por necesidad de la religiosa, sino de la propia cadena de cara a su audiencia, que es lo mismo que decir que de cara a su cuenta de resultados -definitivamente, todo conduce al mismo sitio: el legítimo amor al dinero, por supuesto-.
Pero como te enseñan en la facultad: tantas personas no pueden estar equivocadas al mismo tiempo, y pruebo a indagar un poco más en la figura de Sor Lucía para tratar de conocerla o comprenderla, más allá de las etiquetas y los prejuicios, hasta que encuentro una interesante entrevista de -¡oh cielos!- Risto Mejide que arroja dosis de verdad sobre la labor social y en comunidad de la monja, aunque rebozada por las supuestamente ingeniosas contradicciones del entrevistador, como cuando le reconoce a Caram que desconfía del Papa Francisco “porque le dice a la gente lo que quiere escuchar” -¿acaso no es a eso a lo que se reduce el éxito de su entrevistada?- o cuando concluye con emoción que “la Iglesia ha ganado a una monja, pero el mundo ha perdido a una gran publicista” (!).
Pero, como decía, la entrevista te descubre a una mujer que dista tanto del discurso enaltecedor y mitinero con el que es jaleada en público, como del de la religiosa que va por libre: sus referencias al Evangelio y a Jesucristo son constantes a lo largo de la entrevista, y reconoce su admiración hacia el nuevo pontífice, como si sus propias reivindicaciones fueran también consecuencia de las homilías de su paisano Francisco.
En cualquier caso, entiendo que la significación y alcance del personaje obedece inevitablemente al hecho de que se trata de una religiosa. El hábito, nunca mejor dicho, hace a la monja, aunque ella, por sí misma, no lleve más fieles a las iglesias, sino ante las pantallas de un televisor o de un ordenador, lo que tampoco puede hacer olvidar la labor que la Iglesia está realizando en estos momentos en favor de los más necesitados por todos los rincones del país a través de Cáritas, hermandades, asociaciones parroquiales o de la mano de otras ONG igualmente activas. La propia Lucía Caram lo hace en Cataluña y, efectivamente, como ella misma dice, es una labor imprescindible, pero por la que “habrá que pedir perdón” a los que han precisado de la caridad de los demás para salir adelante en vez de conseguirles trabajo y sustento propios; y en eso, con Iglesia y sin ella, ya hay muchos dedos apuntando a los culpables.