Seguramente, el primer caso de corrupción se produjo cuando un Neardenthal, al abrigo de alguna cueva, se guardó una costilla de mamut creyendo que ninguno de los miembros de su tribu se daría cuenta. Todos somos corruptos en potencia, lo llevamos en nuestros genes. Y, si no, que levante la mano el administrativo que no haya surtido la mochila escolar de sus hijos con lápices, gomas o rotuladores de su oficina, o el ATS que no tenga en su botiquín doméstico agua oxigenada o alcohol de su hospital o clínica.
En tiempos de la dictadura, la corrupción la teníamos tan asimilada a nuestro carácter patrio como el coñac aquél que era cosa de hombres. Claro que en esa época la corrupción o, más sutilmente, el tráfico de influencias sólo se veía claramente reflejado en la prensa gráfica cuando la reina de las fiestas del lugar, fea como ella sola, resultaba ser hija del secretario local del movimiento o del gobernador civil de la provincia.
Hoy Europa nos ha vuelto a recordar que si seguimos siendo como somos, es decir, corruptos, y no como ellos, es decir intachables, transparentes y angelicales, nos retirarán los fondos europeos. Pero los eurodiputados que nos han amenazado seguramente no habrán leído la tesis de Arnold J. Heidenheimer, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Washington, en la que explica que “las élites políticas de Alemania, que solían creer que la característica entereza de sus funcionarios los inmunizaba contra la vulgar corrupción, han visto cómo muchos funcionarios de gobiernos locales y directivos de empresas de primer rango eran sometidos a minuciosas investigaciones por sobornos continuos y generalizados”. En Francia, se ha encarcelado a alcaldes y funcionarios del gabinete por infracciones similares. Las repercusiones de mayor amplitud se han producido en Italia, donde muchos ciudadanos de Milán y Turín han tenido que reconocer que la corrupción no estaba concentrada únicamente en torno a la mafia siciliana. En 2003 los miembros del Parlamento europeo se autoconcedieron un sueldo mensual bruto de 8.670,64 euros. Por no hablar de los parlamentarios y otros cargos nacionales de la vieja Europa, son bien conocidos los casos de Rusia, Italia o Francia. Muchas de las nuevas fortunas rusas creadas de aquella manera tras la caída del comunismo guardan una relación manifiesta con altos cargos políticos. En Francia, en 1979 el semanario satírico Le Canard enchaîné acusó al presidente de la República de haber recibido del depuesto emperador Bokassa I de la República Centroafricana regalos consistentes en diamantes en el curso de visitas oficiales, con un valor de unos 150.000 euros. Este asunto fue justificado con torpeza y prepotencia por el presidente, que pensaba que las acusaciones de un periódico satírico no influirían en el electorado, pero al ser retomado más adelante por el prestigioso diario Le Monde, fue una pesada losa que le hizo perder las elecciones presidenciales de 1981. El caso de Italia es curioso. El primer ministro, Silvio Berlusconi, ha hecho aprobar una ley por la que los más altos cargos de la república, incluido él mismo, estarán inmunes a cualquier investigación de cualquier posible caso de corrupción. En España, en los últimos 25 años ha habido unos 500 casos de corrupción de cargos públicos y de funcionarios relacionada con el tráfico de drogas, aunque a nivel global, incluida España, se llevan la palma por amplia mayoría los casos de corrupción en el sector de la contratación y las obras públicas, seguidos a corta distancia por los recursos energéticos, la industria pesada, la minería o la industria farmacéutica.
Según el último informe de Transparencia Internacional, una organización no gubernamental dedicada a medir el grado de corrupción de las instituciones públicas de todo el mundo, de los cien ayuntamientos españoles menos corruptos, el de Bilbao, con una puntuación de 90,60 (puntuando del 1 al 100), es el más transparente. En la mencionada lista, el ayuntamiento de Algeciras ocupa el lugar 62 con 47,50 puntos. Y ahora tengo que dejarles, que estoy fotocopiando en la oficina la Encyclopaedia Britannica que me ha prestado un colega.
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