Con “Departamento en Quito” (Ediciones La Palma, 2013), Silvia Rodríguez suma su sexto poemario. Cuatro años después de dar a la luz “Bloc de notas”, la poetisa grancanaria se sumerge ahora en una reflexión real y ensoñadora sobre la conciencia humana y sus consecuencias cuando, decidida, entra en juego.
En su primera parte -que da título al conjunto-, Silvia Rodríguez emprende un singular viaje por la capital de Ecuador. Mas no es Quito lugar para bornear tan sólo una mirada turística y relajante, sino que su identidad es unatlas esencial donde los distintos escenarios y sus protagonistas dialogan con un tiempo presente e inquietante: “El centro histórico es la vieja España/ un bello suburbio colonial/ que ladra grita y hace música/ se cruzan ambulantes e indígenas/ marineros que venden helados/ o niñas con vasos de gelatina de fresa”.
Pionera en ser declarada, en 1978,Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco-, esta bella ciudad necesita un tiempo de aclimatación (“En tres días vuelve el aliento/ se siente el oxígeno/ y desaparecen los mareos/ en cuatro se va el dolor del pecho…”); y, al mismo tiempo, necesita que quien la visite,abra su corazón para descubrir a fondo los sentimientos encontrados que la habitan.
Al hilo de sus versos, esta isleña, ha querido poner su acento en un complejo conflicto: la indispensable libertad del hombre se encuentra demasiadas veces mediatizada por elementos que la limitan. Además, su necesaria comunión con la Naturaleza, sufre las secuelas de la falta de atención y compromiso de quienes deberían velar por ella con más ahínco.
Ya desde la cita de José Emilio Pacheco que abre el volumen, “Triunfa el planeta/ contra el designio de sus invasores”, se intuye que Silvia Rodríguezpretende cantar y contar su amor por el bello entorno que la rodea; y así, el sonido de las cascadas, las cimas verdes, el fulgor de las estrellas, la nieve en las cordilleras, el fluir de los ríos…, se hacen cómplice verdad en sus adentros, allí donde “el agua cristalina/ canta el nombre de la selva/ y no forma un lago de sangre”.
En su segundo apartado, “Galápagos Confidencial”, se acentúa la citada intención, pero a su vez, se abordan aspectos de almada cotidianeidad: el paso del tiempo, la muerte, la soledad…; y se conjugan las conductas humanas -sus ansias, sus desvelos, sus tristezas, sus dichas- con el comportamiento de algunas especies animales y el incomparable hábitat que las envuelve: “Podría ser una mamífera autóctona/ nadar veloz con mi cría/ y retozar en arenas cálidas/ hasta la felicidad supina (…) La vida sería supervivencia/ y no me asustaría la muerte/ pero no podría jamás/ amarte de este modo”.
Al cabo, un libro atrevido y nostálgico, corazonado y contestatario, evocador y auténtico: “No soy indígena de la Amazonia/ ni vivo en una selva de niebla/ con anacondas y jaguares/ no reduzco cabezas humanas/ ni sé si el color rojo/ ahuyenta los espíritus malos/ pero sé a toda costa/ que a mis plumas se pega/ el sudor de nuestros sueños”.