Supongo que a estas alturas estamos todos cansados de oír y leer acerca del gran batacazo que nos hemos pegado con la candidatura olímpica de Madrid. Pero no me resisto a escribir para proclamar que, digan lo que digan los del Comité Olímpico, Madrid es una ciudad como la copa de un pino y una de las grandes ciudades del mundo.
Sencillamente, me encanta Madrid. Salvo sus equipos de fútbol, de los que no soy en absoluto simpatizante (me gusta más el Barcelona, pues a pesar de lo que he tenido que aguantar por las múltiples tonterías de sus dirigentes y su afición en todos estos años, siempre me cayó mejor, quizá porque iba a contracorriente y todo el mundo era del Madrid), me entusiama una ciudad que sin duda es la capital de España en todo.
Creo que es una ciudad con un conjunto monumental apabullante, con un atractivo cultural inmenso, con una arquitectura urbana genial. Pasear por Madrid es llenarse de belleza y contemplar una urbe que derrama elegancia por todos sus poros. Hay muchas grandes ciudades en el mundo, pero para mí sin discusión Madrid es una de ellas.
Y sin duda a ello se une la indiscutible capacidad de trabajo de los madrileños y su hospitalidad, en una ciudad que recibe atodos con generosidad. Ir a Madrid sigue siendo siempre para mí sentir lo que significa llegar a la ciudad desde la que respira España.
Lo que no sé es si realmente esto de los Juegos Olímpicos ha sido una apuesta prudente o conveniente. A mí me parece que si una ciudad debía ser sede de ese evento, y puesto que Tokio ya lo había sido, Madrid tenía más méritos que ninguna. Pero es que creo en primer lugar que lo que ha sucedido demuestra que nuestro peso en el mundo en este momento es simplemente insignificante.
Y sobre todo me parece que no podemos estar, durante estos años en que se ha desarrollado esa campaña para la adjudicación de los Juegos, discutiendo sobre si va a ser necesario un rescate a nuestro país, sobre cuál va ser el futuro de nuestra economía, sobre si conseguiremos salir de la crisis y cuánto dinero necesitan nuestros bancos y al mismo tiempo proyectar al mundo que vamos a hacer y mantener toda la infraestructura de instalaciones, hoteles, comunicaciones, etc., que supone un acontecimiento que se limita a durar unas semanas y que no debe ser sino la proyección precisamente de que un país se encuentra en situación óptima desde el punto de vista económico.
Sin duda también deben haber pesado las quejas de los brasileños, que no entienden cómo carecen de servicios sociales básicos y al mismo tiempo ven cómo se construyen estadios faráonicos en sus ciudades. Y ya lo del alcalde de Barcelona es de cachondeo, sino fuera para llorar de pena tener que constatar una vez más que en España tenemos políticos como ése.