José Luis Garci acaba de publicar un libro, Mirar de cine se titula, en el que recopila una selección de artículos aparecidos en prensa y relativos a su vinculación emocional y profesional con el mundo del cine. El primero de ellos está dedicado a sus recuerdos de infancia en torno, más que al cine, a los cines, parte fundamental -tanto como las propias películas- en lo que el poeta Pedro Sevilla ha llamado en más de una ocasión “nuestra educación sentimental”.
Garci describe el ambiente en las colas ante la taquilla, los tipos de entrada, los uniformes de los acomodadores, el olor de los ambientadores, las cortinas que cubrían la pantalla, las chucherías que estaban a su alcance, hasta el pataleo del gallinero cuando comenzaba la carga de caballería sobre los indios. Todo un universo -el de los cines de barrio- enriquecido en la memoria por las historias en sesión doble que tomaban vida en la sala de proyección.
La película Miel de naranjas, rodada en Jerez y de próximo estreno, abre su trayler promocional con el plano de un restaurado Cine Jerezano. Sé que a muchos les ha dado un pellizco cuando lo han visto, como si hubiesen viajado al pasado, con su rótulo luminoso y la cartelera en su fachada, y porque si vuelven a pasar ahora mismo por allí no queda más que ausencia y abandono, a la espera de que el inmueble pase a mejor vida, mientras lo imaginamos habitado por viejos fantasmas en blanco y negro y technicolor, como los que recreó en una canción Serrat tras el cierre del cine barcelonés de su infancia, el Roxy -“un vigilante nocturno asegura que un trasatlántico atravesó el hall y en cubierta Fred Astaire y Ginger Rogers se marcaban el continental”, cantaba-.
Aún recuerdo la primera película que vi en el Jerezano, fue La guerra de las galaxias; y las colas de la chiquillería, unos tres años despúes, para ver ET; incluso, más adelante, que me quedé sin el final de La chaqueta metálica porque se estropeó el proyector a diez minutos del final. Otros recuerdos podrían contarse del Luz Lealas, del Delicias, incluso del antiguo Villamarta. Por desgracia es lo único que nos queda de la vivencia personal en torno al cine, reducida hoy en día a la estrechez de las multisalas, al dolby surround, las incómodas gafas 3D, el menú combo de refrescos y palomitas y asientos vibradores para que ni siquiera tengamos que patalear el suelo.
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