Ha muerto un menor de dos años en Linares. Todo apunta a su padrastro, aunque el caso está bajo secreto judicial con el enunciado de “presuntamente”. La madre no presentaba signos de violencia del suceso, sí el hermano gemelo del que se llegó a temer -en un primer momento- por su vida. No lo entiendo, ¿saben? Este mundo se me está poniendo cuesta arriba y la artrosis de mis rodillas no me permite el paso. No puedo comprender no como una mujer se enamora hasta las trancas, mete en su casa un hombre que no es definitivamente el mejor padre para sus hijos, sino cómo se llega a un homicidio anunciado- según los familiares del padre- porque los niños volvían con ellos con signos de violencia. No sé si sabrán que servicios sociales está para eso y que las denuncias funcionan aun cuando a veces en estos casos de separaciones y nueva pareja se usen como arma de doble filo.
Pero vamos a ver, ¿si se hubieran intercambiado denuncias no hubiera sido mucho mejor que dejar que ocurriera esto? Porque, ¿cuánto llevaba ocurriendo?. Una persona no se vuelve un día furia pura y arremete contra dos niños de dos años que no levantan un palmo del suelo, que no hablan casi, que solo lloran y gritan ante la avalancha de golpes que un adulto, no digo ya un hombre hecho y derecho, les propina indiscriminadamente. No lo entiendo. No puedo entenderlo. Si no estaban protegidos con ella que era quien los debía proteger de todo mal, por qué no denunció el padre biológico y se los llevó lejos de ese horror. Porque lo seria y mucho, indefensos, sin nadie que les hiciera caso ni a lloros, ni agritos, ni a suspiros, ni a dolor. Es terrible. Nunca entenderé situaciones como estas cuando en una guerra de sucesiones y testamentos los confraternizados se meten denuncias que hacen reír a la policía nacional por lo absurdas que son,
pero llevan a servicios sociales a intervenir por protocolo. Que no digo que no afilen la pluma contra infelices, pero ¿por qué no sacuden los tomos de la ley contra los malotes?
Lo mismo por eso precisamente, porque les tienen miedo, porque alguien capa de matar a un niño de dos años y dejar malherido a su gemelo debe ser de los malos de cuento infantiles del siglo pasado donde ogros y brujas campaban alegremente entre humanos al amparo de la noche. Los pésames no me valen de nada, ni la ansiedad de la madre, ni las condolencias de los vecinos, ni la permisividad que se tiene con lo que no nos importa, ni vamos a meternos en problemas con esa “bestia parda”. Solo me vale el mismo silencio que lo ha llevado a la tumba con dos malditos y paupérrimos años en los que debería haber jugado en la guardería, ir al colegio, aprender las primeras letras, jugar al futbol con su hermano, pelearse, llorar por nimiedades, hacer de niño emperador, pedir y pedir y reír y reír. Pero no, solo tumba abierta y ataúd frio, blanco inmaculado para que vaya directo a un cielo donde los Ángeles se sorprenderían por sus muchas penurias que sufrió en una tierra que nunca fue de los débiles, ni de los buenos , ni de los inocentes. No puedo perdonar a la madre, que me perdone a mi ella lo burra que soy en esto, pero es que los hijos duelen tanto, tanto, tanto.
Duelen hasta cuando los desprecian, cuando los apartan en un cumple, cuando los ves sufrir por cualquier tontería, cuando le riñe el maestro, cuando se caen y lloran, cuando les salen los dientes, cuando tienen flato, cuando el cólico les asola. Duelen hasta cuando duermen y sueñan y tú te despiertas y velas por ellos, porque ese es nuestro fin y nuestra misión…
velar por ellos. Pero por ese pobrecito no ha velado más que la Santa Compaña que se lo ha llevado de excursión a mejores praderas donde los niños de dos años no son asesinados en su propia casa con gritos de fondo de su hermano gemelo, también apalizado. La perdonarán y volverá con el sobreviviente. Quizás sea una víctima propiciatoria y lo cuente. Salvarlo ya no lo va a salvar y tampoco ninguno de los que miraron para otra parte mientras sufría.