Cuentan que hubo una ciudad que se hizo tan famosa con sus prodigios que desde todo el mundo querían venir gentes a vivir en ella. Al principio había casas de sobra para acoger a los que hasta allí se acercaban a establecer su residencia o simplemente para pasar unas jornadas más o menos largas. Aquellos que tenían sus casas arrendadas subieron sus precios y lo más pobres, los obreros de rentas bajas, tuvieron que resignarse a vivir a extramuros. La afluencia de poderosas familias y potentes empresas seguía elevando el nivel de vida, y encareció el precio de los productos de primera necesidad y de las moradas. Entonces el runrún de la calle era cada vez más sonoro de como los jóvenes no podían vivir allí, con salarios tan bajos, precios tan elevados y sin opción de acceder a un digno refugio. Entonces el asesor áureo del burgomaestre le dijo tener la solución. Se trataba de construir una nueva muralla perimetral y mandar a los jóvenes revoltosos a la segunda corona de extramuros. Pero la demanda seguía creciendo y entonces aquel asesor, vivo retrato del avaro de Moliere, se le ocurrió una nueva argucia. Para que queremos aquí a los comerciantes, construyamos una nueva muralla y enviémoslos allí. Además ya quien los necesita, subrayó, cuando pueden pedir lo que deseen y desde tierras lejanas le traerán todo lo que quieran, desde sus viandas hasta sus caprichos. Transformemos sus comercios y los barrios comerciales en viviendas para nuestros ilustres demandantes. Fue el consejo admitido que aportó el grotesco personaje a su gobernador, a pesar de la oposición de los gremios de la ciudad, que finalmente aceptaron contraprestaciones por deslocalizar sus actividades. Antes de marchar la comitiva un humilde carpintero le recordó al burgomaestre que el comercio es la sangre que da vitalidad a las ciudades, la que emplea a la mayoría de los trabajadores en sus pequeñas empresas y que sin tan básica actividad languidecieron las más ilustres villas, hasta quedar relegadas a ruinas inhóspitas. Entonces el asesor propuso cortar la lengua al carpintero por ser un agorero que traería las desgracias. Y así fue. El prefecto prefirió inculpar al ebanista en vez de reconocer su enorme error de proceder, y como pago a su asesor bautizó a una esplendida alameda con el nombre de tan siniestro personaje. Una alameda por la que desde entonces transcurren cada semana procesiones invocando a todos los santos para que vuelva la prosperidad.
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La ciudad de los extramuros
La afluencia de poderosas familias y potentes empresas seguía elevando el nivel de vida, y encareció el precio de los productos de primera necesidad y moradas
Salvo Tierra
Salvo Tierra es profesor de la UMA donde imparte materias referidas al Medio Ambiente y la Ordenación Territorial
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Observaciones de la vida cotidiana en el metro, con la Naturaleza como referencia y su traslación a política, sociedad y economía
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