"¿Eres Toto?" Tras esa pregunta, Eric Eugene Murangwa, a punto de ser asesinado por un soldado hutu, salvó su vida. El exportero de la selección de Ruanda, reconocido por un aficionado que se dispone a matarle, comenzó su lucha por sobrevivir a un genocidio que dejó más de 800.000 muertos.
Murangwa habla despacio. Intenta recordar cada detalle. Atiende a EFE en una plaza cerca de King Cross, en Londres, donde se exilió en 1996. En ocasiones respira hondo y se ajusta su gorra para contar su historia, la de un futbolista que, por el hecho de serlo, pudo vivir. No como los 78 familiares que perdió durante los 100 días de masacre que acabaron un 15 de julio como hoy, hace 25 años.
"Toto", en swahili, significa "el joven". Cuando tenía 11 años se colocaba casi todos los días detrás de una portería en los campos de entrenamiento del Rayon Sports. Cuando fallaba un jugador para completar la sesión, le dejaban jugar junto a los futbolistas del primer equipo. Así, poco a poco, consiguió formar parte del club.
Durante la guerra civil entre 1990 y 1994, previa al genocidio, el fútbol no quedó al margen de las tensiones. Las tres divisiones de la competición nacional se mantuvieron, pero los equipos estaban politizados por los bandos enfrentados: los rebeldes del Frente Patriótico Ruandés (RPF), dominado por tutsis, y el Gobierno de Juvénal Habyarimana, de la etnia hutu.
"Los cabecillas del Ejército intimidaban a los árbitros y a los jugadores, a quienes incluso metían en la cárcel. Dejé de viajar al norte -donde comenzaron los ataques del RPF- cuando mi equipo jugaba allí", recuerda Murangwa, que, todavía como jugador, vivió situaciones complicadas.
"Una vez tuve que salir corriendo del estadio. Así era la atmósfera. Con la caída del avión podía esperar que pasara lo que pasó. Pero nunca imaginé que la población entera fuera en contra de los tutsis. No al nivel en el que vecinos, amigos y, en algunos casos miembros de la misma familia, hicieran lo que hicieron".
La caída a la que se refiere Murangwa es el derribo del avión del presidente Habyarima, ocurrido el 6 de abril de 1994, poco antes de aterrizar en el aeropuerto de Kigali. Su asesinato fue el detonante de una matanza colectiva iniciada por hutus radicales que exterminó entre el 20 y el 40 % de la población de Ruanda, que entonces era el país más densamente poblado de África, con siete millones de personas.
EL MILAGRO DE UNA FOTO
Horas después del atentado, Murangwa dormía en su casa junto a un amigo. A la mañana siguiente, media docena de soldados entraron en su vivienda derribando la puerta, acusando a los dos de pertenecer al RPF y de haber colaborado en el asesinato del presidente.
Cuando estaban listos para ejecutarlos y mientras revolvían las habitaciones, un álbum de fotos cayó al suelo y se abrió justo por una página en la que aparecía una imagen de Murangwa con el Rayon Sports. Uno de los soldados, fanático del equipo, reconoció a su portero.
"¿Para quién juegas tú?'. Le dije que para el Rayon Sports. Miró las fotos de nuevo y luego preguntó si era Toto y respondí que sí, que era yo", relata.
En ese instante, el soldado ordenó a sus subordinados que abandonaran la casa. Se sentó en un sofá con Murangwa y comenzaron a hablar de fútbol, de un partido internacional que poco antes disputó frente a un equipo sudanés.
"¿Te acuerdas de ese gol? ¿Te acuerdas ese regate? ¿De aquella entrada? ¿Te acuerdas de lo que hizo ese jugador?", me preguntaba. Eso me dio esperanzas. Al final, se fue. Salvé mi vida y la de mi compañero de piso. Ese fue el momento del primer día del genocidio en el que mi vida estuvo cerca de acabar. Pero fue perdonada por el fútbol".
Mientras vecinos mataban a vecinos, médicos a pacientes, curas a feligreses y futbolistas a futbolistas, él tuvo una oportunidad. Pero aún tenía por delante otros 99 días para luchar por su vida.
Después de ese primer susto, buscó refugio en casa de compañeros de equipo hutus y, a diferencia de otros jugadores tutsis, encontró cobijo donde podrían haberle matado.
Durante muchas jornadas, sus amigos se enteraban de los nombres de los tutsis que iban a ser buscados para darles muerte. Lo hacían en los centros donde se repartían las armas para el exterminio. Cuando sonaba el nombre de Murangwa, le avisaban para que se escondiera.
Pero un día, el sistema falló. La milicia apareció de imprevisto y sorprendió al portero del Rayon Sports, que volvió a tener otro golpe de suerte: el primo militar de un amigo intercedió ante las milicias y le soltaron.
La siguiente parada fue la casa de Jean-Marie Mudahinyuka, uno de los líderes de la milicia "Interahamwe" (los que cazan juntos, en idioma kinyarwanda), quien después sería detenido en Estados Unidos y condenado por su participación en el genocidio. Acudió a él para pedirle protección.
La encontró durante unos días, hasta que le llevó al cuartel general de la Cruz Roja. Desde allí, acabó en el Hotel des Mille Collines, que sirvió de refugio para miles de personas durante los cien días de terror. A las dos semanas, la misión de la paz de la ONU negoció su traslado hacia la zona de Kigali que ya controlaba el RPF.
Ahí acabó la aventura de Murangwa, que después se enteró cómo uno de los amigos hutus que le ayudaron no pudo salvar su vida, porque en el genocidio también murieron decenas de miles de hutus considerados como "moderados".
A su amigo Longin Munyurangabo le mataron por tener una novia tutsi. "Estaban cruzando uno de los controles de carretera en el camino. Cuando estaban en un puente miraron la tarjeta de identidad y adivinaron que la chica era una tutsi. Los soldados se enfadaron. Vieron a Longin como a un traidor".
ERRADICAR EL ODIO
Después del genocidio, Murangwa se reencontró con cinco de sus compañeros del Rayon Sports y volvió a jugar al fútbol. Otros equipos hicieron lo mismo. "Antes de saberlo, estábamos jugando. Las nuevas autoridades lo vieron como una herramienta para ayudar y tener una esperanza de recuperación".
A eso se dedica, precisamente. Lo hace a través de la "Ishami Foundation", una organización que a través del fútbol y de las historias de los supervivientes, intenta influenciar para erradicar el odio del genocidio.
Durante los últimos 25 años, el fútbol ha sido una válvula de escape y una pieza importante para la reconstrucción y la pacificación de Ruanda, uniendo hutus y a tustis bajo una misma bandera en competiciones internacionales, como la Copa África de 2016, organizada por este país.
Los niños también se mezclan en equipos sin distinción étnica. Hutus y tutsis juegan juntos en partidos de reconciliación, como el que se llevó a cabo el pasado diciembre en la ciudad de Nyamata, en cuya iglesia fueron asesinadas cerca de 10.000 personas.
"Queremos que cuando la gente joven juegue al fútbol no sólo lo haga para ser el siguiente Messi o el siguiente Ronaldo, sino también para ser el siguiente Longin, el compañero que me ayudó a sobrevivir durante el genocidio".
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Una vida perdonada por el fútbol
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