“Nunca ha habido más comienzo / que el que hay ahora, / ni más juventud ni vejez que/ la que hay ahora; / y nunca habrá más perfección / que la que hay ahora,/ ni más cielo ni infierno que / el que hay ahora”. Esta estrofa del poema de Walt Whitman aparece serigrafiada sobre los tapones de corcho de las botellas de Bodegas Forlong. Es, sin duda, toda una invitación a saborear cada vino descorchado, pero remite asimismo al camino emprendido en 2009 por una joven pareja de El Puerto empeñada en hacer realidad una pasión convertida en sueño y convertido, éste, en realidad. Pueden que los hayan probado, porque la historia ha seguido su curso y, en tan breve espacio de tiempo, está plagada de éxitos y reconocimientos que los han convertido en referencia dentro de los vinos ecológicos que se producen en la provincia, pero hay un detalle inevitable e imprescindible a la hora de acercarse a esa misma historia, y remite a la capacidad para inspirar que emana de su propia avertura empresarial. Ahora que tanto se habla de la necesidad y de la capacidad emprendedora de los jóvenes, de su talento para ayudar a levantar esta provincia, el caso de Rocío Áspera y Alejandro Narváez supone todo un ejemplo al respecto. Ellos lo hicieron, además, en lo más crudo del crudo invierno; es decir, en el momento más crítico de la crisis, y lograron vencer a las adversidades. No fue fácil, porque nunca lo es. Tal vez ésa sea la primera lección que todos debamos tener en cuenta.
“Era 2009 y todos los bancos nos cerraban sus puertas al pedirles financiación”Su finca, ubicada en el término municipal de El Puerto, justo frente al penal de Puerto III, está situada sobre el pago de Balbaína baja. Si te adentras por el camino de tierra que lleva hasta el lagar, bajo la sombra de una hilera de frondosas moreras, podrás apreciar, a la izquierda, su pequeño olivar, y, a tu derecha, la primera extensión de viñedo, por donde no resulta extraño imaginar a Francis Duflot, el cuidador de las vides de La Siroque, en la Provenza, y al que Peter Mayle describía en uno de sus libros acariciando y cantándole a las hojas para favorecer su desarrollo y alentar el mejor fruto antes de cada vendimia. De hecho, las viñas de Forlong toman su identidad del vigneron francés. “Hemos visitado allí a muchas bodegas y productores, y nos atrajo el papel del pequeño productor, que tiene las viñas, la bodega en medio de las viñas, se ocupa él un poco de todo, y tiene una preocupación por el medio ambiente, porque las viñas son las que te van a dar el producto y quiero que sean de la máxima calidad posible”, complementa Alejandro Narváez durante la visita a la finca.
Él y Rocío son pareja casi desde la adolescencia. Tras el instituto, Alejandro estudió Marketing y ella Empresariales, aunque lo que cambió el rumbo de sus vidas no fue el título universitario, sino la compra de una finca, la misma en la que hoy se asienta su bodega y parte de sus viñas.
La adquirió el padre de Rocío en 2007, que plantó una hectárea de viña como “cosa curiosa” . En 2009 hicieron la vinificación “y fue algo que nos enamoró”, subraya Alejandro. Fue entonces cuando dieron el paso para dedicarse al mundo del vino, “no al nivel al que hemos llegado, pero sí nos pareció interesante”, como punto de partida, recalca.
Estamos en 2009, en plena onda expansiva de la crisis global, y lo primero que hicieron fue formarse: él hizo un curso de Técnico superior en Vitivinicultura y empezó el grado de Enología, pero además tuvo la suerte de ir a Francia para adquirir experiencia en el chateau Smith-Haut-Lafite. Rocío hizo el Máster de Vitivinicultura en climas cálidos de la UCA y ha estado cuatro años en Bodegas Luis Pérez en el departamento de vinificación.
Lo segundo: buscar fondos para poner en marcha el proyecto. “No teníamos posibilidades de que nos ayudara la familia y los bancos nos cerraban las puertas. Tuvimos la suerte de lograr un préstamo a través de la agencia IDEA y una subvención del GDR para construir la bodega”, lo que les permitió terminar el edificio para vinificar por primera vez en mayo de 2014.
Ya en 2009, tras la primera vinificación “familiar”, empezaron a trabajar en los viñedos de los que saldrían las primeras uvas destinadas al primer Forlong, e incluso antes de contar con la bodega propia, acudieron a las instalaciones de Sancha Pérez, en Conil, para empezar a vinificar allí. “Lo que nos pasaba es que teníamos uva pero no una infraestructura para elaborar vinos”, explica Rocío. Así, hicieron las primeras vinificaciones y en febrero de 2014 sacaron sus primeros vinos con la marca Forlong: dos mil botellas del tinto Petit Forlong y mil del blanco Forlong.
“La gente ya había escuchado hablar de nosotros, sabía que queríamos hacer algo diferente, con vinos ecológicos, y eso hizo que hubiera gente interesada en nuestro proyecto cuando salimos al mercado. Se vendió fácil. Nos contactaron tres grandes distribuidores y elegimos a Distribuciones Merino, con el que seguimos trabajando, ya que aunque hemos ido creciendo, nos vende un 50% de la producción. Tenemos la suerte de ser profetas en nuestra tierra, ya que se vende casi todo entre Cádiz y Sevilla”.
“Cuando uno empieza en ecológico en una zona donde no estaba desarrollado era relativamente complicado, por el hecho de que no tenías gente a la que acudir si tenías problemas, pero poco a poco fuimos tomando ideas de diferentes sitios, gente a la que íbamos visitando o de la que nos hacíamos eco, y nos hizo aprender hasta el punto de que a día de hoy intentamos llegar al equilibrio de la viña. Es decir, hemos pasado desde el hecho de no usar químicos a intentar buscar que haya siempre un equilibrio, no tener que actuar en la viña, intentar que las plantas funcionen, que den uvas de calidad, pero sin tener que intervenir de forma ajena”, comenta Alejandro Narváez.
Un compromiso que nos lleva directamente a los cuidados biodinámicos del viñedo, que remiten a las teorías pioneras de Rudolf Steiner sobre la influencia de las energías que están a nuestro alrededor, y al calendario cíclico elaborado por la agricultora alemana María Thun, en el que se refleja cómo cada día estamos expuestos a una constelación diferente sobre un determinado tiempo. “Es muy curioso, porque nos permite que el trabajo que hagamos sobre la viña durante esos días se transmita directamente al órgano de la planta que hemos elegido”, resalta emocionado. “Si sabemos que es un año con muchos problemas de sequía, lo que queremos es un buen desarrollo de la raíz para que pueda ahondar más, entonces ese desarrollo lo intentamos hacer los días de labra o tratamiento, que van a ser los días raíz. Si estamos cerca de la vendimia y tenemos que hacer una labra, esa influencia será más sobre la fruta. Ese es el trabajo biodinámico. Intentamos aprender a controlar tu planta”. De hecho, disponen del Certificado del Comité de Agricultura Ecológica, para el que tuvieron que superar un proceso de conversión que duró tres años, así como las auditorías anuales en las que se comprueba que no utilizan químicos.
Estamos en la finca conocida antigualmente como El Olivar de Forlón, propiedad en el pasado de un británico, Peter Furlong, de donde viene la combinación que ha dado nombre a sus vinos, aunque jugando a su vez con la expresión inglesa “for a long time” -por mucho tiempo-, ya que su deseo es que este proyecto siga teniendo mucho futuro. Pero además de este terreno, en la actualidad cultivan sus viñas en otros dos: en Balbaína alta, entre Jerez y Sanlúcar, y otro al este de Jerez, con cuatro hectáreas de variedades tintas, en La Greduela. “Los dos primeros son suelos albariza parecidos, el de Jerez es más de barro, que nos beneficia para potenciar la fruta en el vino. En producción llevamos 11 hectáreas, aunque plantadas, que serán productivas de aquí a dos años, hay seis más”, matiza Alejandro.
Pero, ¿qué diferencia uno de sus vinos ecológicos de otros que no lo sean? “La diferencia principal es no tener químicos. Desde el punto de vista gustativo vamos buscando una tipicidad, una idea de terruño, técnicas ancestrales como el uso de las vasijas de barro, todo eso le va a dar un sabor diferente, pero también los que trabajan en convencional utilizan esos modelos de vinificación, por lo que no podemos hablar de una diferencia gustativa muy amplia entre sus vinos y los nuestros. Lo que sí nos damos cuenta, desde el punto de vista del consumidor, es que cada vez se preocupa más por lo que consume, y el hecho de trabajar en ecológico tiene una influencia sobre el consumidor”, explica Rocío.
Desde 2014, en que lanzaron al mercado sus dos primeros vinos, hasta el año pasado, la producción, con siete referencias en el mercado, ha alcanzado ya las 60.000 botellas. Aunque no se trata sólo de producir, sino, también, de innovar. “Comenzamos por hacer vinificaciones más clásicas, pero ahora intentamos innovar muchísimo”. Por ejemplo, elaboran vinos blancos que maceran con sus propias pieles, como los tintos. El amigo imaginario es uno de ellos. A partir de uva 100% palomino, las hacen fermentar con sus propias pieles, y una vez terminado prensan y mandan el vino a botas de oloroso, donde envejecen en busca de nuevos matices. Ese mismo empeño por la innovación se aplica igualmente en la elaboración de sus tintos, en los que juegan con el tiempo de envejecimiento -siempre comenzando por seis meses en vasijas de barro y el resto en barrica de roble- y con el porcentaje de las uvas utilizadas. El resultado, sus Petit Forlong, Forlong Assemblage y Tintilla.
Además de sus siete referencias en el mercado cuentan con otras dos que se han servido exclusivamente en el restaurante Aponiente de Ángel León. La más reciente, un espumoso, Burbujas, que forma parte de otro de sus proyectos innovadores. “Es un escaparate estar allí en exclusiva”, reconocen.
Sus esfuerzos a nivel empresarial se centran ahora en incrementar la venta en el exterior, en darse a conocer internacionalmente, dentro de un recorrido que confían que siga siendo largo y exitoso. Como en los inicios, tampoco será fácil, porque nunca lo es; una lección que siempre ha de tener presente cualquier emprendedor.