Hace unas semanas que se anunció la construcción en Tokio del edificio más alto del mundo. Tendrá mil setecientos metros, los mismos que el Pico Lucero de la Sierra de Almijara, y capaz de alojar a más de cincuenta mil personas, es decir a toda la población antequerana. Pero tendrán que pasar treinta años para poder ver la SkyMile Tower.El problema más difícil que encontraron los técnicos era como proveer de agua a los pisos más altos. El edificio filtrará y guardará el agua de la atmósfera acudiendo para ello a un sistema que las plantas diseñaron hace millones de años. Hoy por hoy tan ostentoso récord lo mantiene la Torre Califa de Dubái con sus más de ochocientos metros. Doce mil trabajadores empeñaron seis años en construirla. También las plantas sirvieron para su inspiración. En concreto los seis arcos que parten de la corona estaminal del lirio araña constituyen su basamento hexagonal.
En cualquier caso estos prodigios de la arquitectura e ingeniería humana están muy lejos de conseguir los récords obtenidos por la Naturaleza. Desde hace varios años todos los jardines botánicos se afanan en presentar la flor más grande. Se trata del Aro gigante, una cala indonesia que produce una titánica y pestilente inflorescencia de tres metros de altura. Sin embargo hay una inflorescencia aún más alta.
El agave feroz del Jardín Botánico ya ha construido un esbelto espárrago de casi siete metros. Esta colosal inflorescencia, de origen mexicano, empezó a construirse en diciembre sobre una roseta de hojas ribeteadas con afilados dientes de tiburón. Desde entonces ha ido creciendo como un robusto cilindro, deteniendo ahora su crecimiento para coronar de flores tan esbelto edificio, como es rito entre los mejores constructores. En proporción con la torre dubaití nuestro agave feroz tendría más de veintisiete mil metros de altura, unos cinco mil pisos. Y si la referencia es la tokiota SkyMile se requeriría más de un siglo para construir esta magnífica inflorescencia. Las plantas saben más que nosotros de cálculos arquitectónicos e ingenieriles aunque ellas no lo sepan. Pero la gran diferencia es que mientras el agave feroz se eleva a tan gran altura por una función vital, dispersar sus semillas lo más lejanamente posible, el ser humano lo hace por la vanidad del lucro o por la osadía de pasar a la historia retando al cielo.