Andaba sorprendido por las declaraciones de la presidenta de la Comunidad de Madrid acerca de como ellos pagan nuestra sanidad. Los que hemos vivido allí pudimos comprobar que el status de ser la capital del Reino de España le concede privilegios a los que difícilmente podemos aspirar en la periferia. La Villa y Corte recibe más de lo que aporta, su centralidad actúa como un sumidero de inversiones en infraestructuras y servicios que se justifican en la consideración del interés nacional. Hasta pueden permitirse exenciones tributarias que son imposibles de aplicar en otras comunidades autónomas. Como muestra, el sorprendente caso de la imposición sobre sucesiones que ha llevado a las grandes fortunas a domiciliarse en la comunidad de las siete estrellas como si se tratase de un paraíso fiscal, mientras aquí una herencia se convierte en un quebranto mayor que el duelo por la pérdida del ser querido.
Me saca de mi sorpresa mi inquieto amigo Diego, que anda enganchado a una web en la que en tiempo real es capaz de ver el mapa de contaminación atmosférica por partículas de polvo en suspensión. Su curiosidad se basa en las alertas dadas para Málaga por distintos organismos ambientales y la propia OMS, ya que hasta en más de cincuenta días al año se superan los niveles admisibles para las personas. Siempre se ha culpado de estas incidencias en Málaga a los vientos africanos, a la calima. La culpa una vez más es fácil cargarla sobre el sur, como hizo la presidenta madrileña. Pero mi amigo ha descubierto que los males vienen del norte. Una corriente de aire originada en Madrid y que se desplaza a través de un pasillo por la meseta trae con certera puntería los aires contaminados capitalinos hasta Málaga, mientras nosotros se lo devolvemos purificado por las aguas de Alborán.
Si aplicásemos el principio de quien contamina paga, estaríamos en condiciones de solicitar a la señora Cifuentes que nos indemnice por los efectos nocivos sobre nuestra salud de las emisiones de la comunidad que preside. Pero ese aire no es lo único que nos perjudica en este desequilibrio territorial. Es posible que la factura que debiésemos pasar a quienes cargan sobre los de abajo sus propias deficiencias superase con creces sus demandas. Como siempre ocurre en las controversias territoriales, hablan quienes más tienen que callar.