Los árboles de lo cotidiano no nos dejan ver el bosque de la historia. Estos cien días que acabamos de vivir es posible que den para al menos un párrafo de nuestra historia. Han sido tres meses turbulentos en los que, más las conductas que los hechos, harán cambiar el escenario de nuestro devenir inmediato. La intensa lluvia de información ha diluido la gravedad de muchos de los goterones que han salpicado el cada vez más desprotegido cuerpo de la ciudadanía.
Cien días que servirán para borrar el desastre de la legislatura anterior, durante los cuales la quietud, que no templanza, se ha erigido nuevamente en la mejor manera de lograr un escenario deseado para seguir gobernando. La próxima campaña electoral se basará en el cuestionamiento de la tradicional imposibilidad de la izquierda española, esa caja de grillos, de concentrarse en torno a un proyecto común. Ya no pesarán los casos de tramas de corrupción, ni tan siquiera de los papeles de Bárcena o de Panamá. Los hemos asumido hasta el punto que pensamos que quien no tenga una cuenta en Suiza o una sociedad offshore constituida en Panamá es que es gilipollas.
Esos papeles nos han mostrado que hay demasiada brecha entre los poderosos patriotas y el pueblo llano, al que además le recae la obligación con sus impuestos de mantener los servicios públicos. El anuncio de la campaña de Hacienda es demasiado hiriente cuando se piensa en aquellos que aparecen en esas listas. Es cierto que gracias a su saqueo ellos no tendrán que ir a hospitales públicos, ni mandar a sus hijos a un colegio público, incluso se permiten desde su soberbia vetar el derecho a la información pública.
Este centenar de días acaba con beneficios para las eléctricas mientras aumenta la pobreza energética, con unos insoportables datos del paro, con una bajada del IPC que curiosamente se justifica en la bajada de los precios de los viajes low-cost, y con la amenaza de la imposición por las grandes multinacionales de las TTIP. - Y ¿Qué es eso? – se pregunta mi tendero, sin entender que sus hijos ya no serán gobernados por políticos sino por las grandes compañías que, desde sus bien armados paraísos fiscales, piensan cumplir su objetivo de multiplicar el capital a base de reducir los derechos ciudadanos y aumentar la precariedad laboral.
Aún nos queda mucho por ver de las consecuencias de estos cien días y habrá que preguntarse ¿dónde estábamos?.