Diego es un joven de una imaginación desbordante. Cuando iba a celebrarse el referéndum catalán me planteó que se podía hacer una consulta popular en el Metro para declararlo Estado libre asociado. Tendrían derecho al voto todos los que se acreditasen con el bono del suburbano. Tenía claro hasta como sería el proceso soberanista, ya que el Sí estaba asegurado. Prometía la doble nacionalidad, una serie de derechos y ninguna obligación por pertenecer al nuevo país subterráneo. Mi amigo se marchó meditabundo cuando le referí que se trataba de un delito de secesión.
Hace unos días Diego volvió para presentarme la fórmula que haría posible su soñada nación independiente del Metro, incluso traía su propuesta de nombre, Gibraltaluña. La clave según él estaba en declararlo como un paraíso fiscal al estilo de Gibraltar y con una hoja de ruta como la de Justpel Sí. Y sus razones eran tan insensatas como reales. Según él ningún mandatario se opondría a una independencia de estas características, al fin y al cabo todos los paraísos actuales son protegidos por los más poderosos del mundo.
Diego sigue empeñado en su sueño, incluso ha empezado a formar un gobierno preautonómico clandestino, en el que ya cuenta hasta con un ministro de asuntos exteriores. Además, el joven ideólogo había cerrado la cuadratura del círculo, se podía prescindir de una defensa nacional. Nadie ha atentado ni atentará jamás contra un paraíso fiscal, porque en ellos también residen los intereses de los grupos dedicados a la economía criminal. Lo llamativo para él es que los que allí establecen sus empresas opacas son los grandes patriotas en sus países de origen, a lo que le apostillo, recordando a Oscar Wilde,que el patriotismo es la virtud de los depravados.
Cuatro siglos se cumplen ahora de la muerte de Cervantes, pero aún hay ingeniosos excéntricos que promueven ínsulas de Barataria, en las que como proclamaba Sancho, y ahora mi amigo Diego, ‘debe de haber más dones que piedras’.