No hay conversación que se precie –da igual el lugar en el que se desarrolle–, que no se termine hablando de lo mismo. La mayoría casi no sabemos o no alcanzamos a dar explicaciones al respecto, más allá de los efectos que todos/as notamos. Es en esto último en lo que por desgracia nos igualamos los seres humanos, pues cuando de ganar se trata... Ya saben ustedes.
Y es aquí sobre esta consideración, donde quiero realizar mi humilde reflexión al respecto. Causas, según los grandes ilustrados en la materia –lo pongo en cursiva para llamar la atención sobre ello, al fin y a la postre son los que nos han llevado a esta situación– es que se ha puesto demasiado dinero en el mercado toma del frasco carrasco. Osea, hemos tenido más posibilidades de gastar –no confundir con dinero contante y sonante– lo que nos ha permitido vivir de una determinada forma –dicho sumarísimamente y sin más pretensiones–.
Más de uno y una se preguntará si no es ésta una de las finalidades de nuestro sistema, basado en la libre economía de mercado –tan libre que así nos va–, donde lo que se trata es de producir y consumir. Entonces ¿qué ha ocurrido? Muy sencillo. Se nos ha descompensando la balanza. Al existir un mayor consumo, se han utilizado muchos más los productos para comprar –entiéndase financieros– , provocando una situación irreal, no pudiéndoselo devolver a quien nos lo prestó, bancos y entidades financieras –los americanos lo llaman subprime–, cuyo negocio es como el que vende patatas en la esquina de nuestro barrio, pero con dinero, lo que les ha supuesto la bancarrota –quien ha jugado al Monopoly alguna vez seguro que lo entiende–. Cuál estúpidos hemos sido si en algún momento entendimos que era nuestro.
Dicho de otra forma y con evidente clarividencia, hemos vivido por encima de nuestras posibilidades con el dinero de los demás. Recuerdan, vendíamos pisos con hipotecas para comprarnos otros a pagar con otra hipoteca aún mayor. Lo que algunos/as dieron en llamar búrbuja inmobiliaria. Y claro, chassssss... adiós sistema y a apretarse el cinturón toca.
Dicho esto –espero que me perdonen los ilustrados por esta burda explicación– toca sufrir a los de siempre. Estarán conmigo, que mientras algunos se habrán arruinado, otros llevamos arruinados toda nuestra vida –valga la redundancia– intentando vivir de la mejor manera posible.
Y es que ya algunos lo veníamos diciendo hace tiempo. No es posible sostener un sistema que se regula a su libre albedrío. Creo que toda esta situación nos tiene que servir de lección y los estados tendrán que articular las medidas para que este desaguisado no se vuelva a producir.
Para colmo de los colmos, ahora resulta que después de haber inyectado miles de millones de euros a los bancos para que no se vayan al garete, siguen durillos haciéndose el remolón y costándoles trabajo prestar dinero. A diferencia de hace unos meses, sí tienen para hacerlo. Claro que ahora dirán aquello de “lo mío es mío”. No se confundan señores banqueros. El Estado, que somos todos, no se lo ha dado a interés cero. A cambio, nos tienen ustedes que sacar del atolladero donde estamos metidos.