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Si unos se marchan, los otros cierran

Supondría la eliminación de una de las señas de identidad de la ciudad, una más, como se han ido perdiendo otras.

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Al principio eran los recuerdos, el muñeco vestido de marinero que terminaba en el mueblebar o sobre la televisión, cuando las televisiones no era planas como las de ahora. El negocio se basaba en los miles de pelones que llegaban al Centro de Instrucción de Marinería y con ellos había para las tiendas de efectos militares -ya sólo quedan La Glorieta y Buenavista, una en frente de otra- y para los bares de bocadillos gigantescos a precios de recluta.

La eliminación del servicio militar obligatorio a finales de siglo y el cierre del Centro de Instrucción de Marinería acabó con la actividad comercial de toda la zona anexa a la población de San Carlos y las tiendas de efectos militares tuvieron que adaptarse para sobrevivir a la demanda de otros tipos de artículos y sobre todo, a un género mucho más profesional que implica, obviamente, más inversión.

Manuel Rodríguez Ventura es el dueño de La Glorieta, donde se pueden comprar efectos altamente especializados como corresponde a militares profesionales que son ahora sus principales clientes, pero se han tenido que adaptarse a otros sectores relacionados pero distintos, lo que incluye una formación continua para estar a la altura de una clientela que sabe muy bien lo que quiere.

Exigencia continua
Esa formación, dice Manuel Rodríguez, es buena, no sólo porque supone vender mejor sino porque es un desafío para el comerciante, elevar el listón de su profesión. Un listón que es una obviedad que está mucho más alto que el que se necesita para vender muñecas orecuerdos de San Fernando.

Pero exige estar en una vigilancia constante, atento a todas las novedades y a todos los movimientos que surgen alrededor de las armas, los juegos de guerra y de estrategia y lo que queda por llegar en una materia en la que los inventos -y las modas- se reproducen a una velocidad de vértigo.

Sus conocimientos dominan el género y la legislación al respecto, porque no hay que olvidar que muchas de esas actividades se ejercitan con armas simuladas -de allí se puede salir perfectamente equipado para entrar en la Brigada de Infantería de Marina, por ejemplo, pero sin armas de verdad- que son réplicas exactas de las verdaderas, por lo que tienen que ser inscritas convenientemente.

Y como si no hubiera bastante con la marcha de efectivos militares que ha dejado San Carlos sólo con la Escuela de Suboficiales y con el Tercio de Armada, ahora suena que se pueden llevar el Centro de Formación de Tropa de Camposoto. “Eso puede ser la muerte de estos negocios”, a pesar de que a la clientela militar de siempre se han unido la Policía Nacional y Local y la Guardia Civil.

Serían dos negocios, se puede decir, pero en realidad es mucho más que dos negocios. Supondría la eliminación de una de las señas de identidad de la ciudad, una más, como se han ido perdiendo otras que forman parte de la memoria histórica de muchas generaciones de isleños.

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