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Huelva

Confesiones entre barrotes

El primer preso que le fue asignado y que presenció su simulacro de suicido tuvo una conversación reveladora con él. "Tenía que haber matado a mi mujer en lugar de a mis hijos", asegura el preso que le dijo en la intimidad

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José Bretón ingresó en la prisión de Alcolea (Córdoba) el 21 de octubre de 2011, trece días después de denunciar la desaparición de sus hijos, y desde entonces hasta hoy sigue manteniendo la misma versión, los perdió en un parque.

Si ante los investigadores se mostraba "tranquilo", "frío" y "calculador", entre los barrotes de la prisión de transformaba en un preso "manipulador", "controlador" y "maniático" con los internos, pero "amable" y "disciplinado" con los funcionarios.

Nada más ingresar en la cárcel le fue asignado un preso de "apoyo" que debía velar por él día y noche para evitar que se lesionase o tuviese problemas con otros internos.

Horas y horas en soledad tras las rejas y con la televisión y las visitas de su familia y abogado como único nexo con el exterior.

"No hablaba nunca de su causa ni de sus hijos", han comentado en el juicio oral los presos que lo han acompañado en prisión durante meses. "Solo hacía comentarios despectivos hacia su mujer", han apostillado.

Sin embargo, en la soledad de su celda todo cambiaba. El primer preso que le fue asignado y que presenció su simulacro de suicido tuvo una conversación reveladora con él. "Tenía que haber matado a mi mujer en lugar de a mis hijos", asegura el preso que le dijo en la intimidad.

La reacción del interno fue instantánea y pidió de inmediato el traslado de celda y poner fin a su cometido como vigilante y niñera de Bretón.

A los pocos días de ingresar en prisión, acusado de ser el autor de la desaparición de sus hijos, Bretón recibió la primera visita de su mejor amigo en Huelva, donde residía con su exmujer antes de separarse.

Se trataba del primo político de Ruth Ortiz, que acudió a la cárcel con un "guión aprendido" y una "historia montada" para tratar de sacar información a Bretón.

"Todas las mujeres de esa familia son iguales", "Ruth se merece lo que ha pasado", "Yo estoy aquí para ayudarte". Eran algunas de las frases que su amigo le decía para ganarse su confianza.

Fue entonces cuando Bretón habló. "Ruth se lo ha buscado, esa no volverá a ver a sus hijos con vida", confesó el preso a su interlocutor tras el cristal de visitas.

En una segunda visita, con la confianza ya ganada, la conversación fue más rocambolesca si cabe. El primo de Ruth Ortiz dice que Bretón se retractó y sostenía que los niños seguían vivos, aunque cuando su interlocutor hizo el amago de marcharse repitió de nuevo: "los niños están muertos".

Nervioso por lo que había escuchado, pidió a Bretón que le contara donde estaban los niños y el acusado se derrumbó por un instante. En ese momento solo pensaba en el daño que la confesión podía hacerle a su padre y comenzó a llorar.

Fueron solo unos segundos, el tiempo suficiente para recomponerse y exigir a su amigo que le trajese a Ruth a la prisión para "sincerarse con ella".

Una tercera vez se encontraron en la prisión, pero ahora la conversación dejó de ser distendida y pasó a ser fría y cortante.

"Mi abogado me ha prohibido que hable contigo, así que olvídate de todo lo que te he dicho", le dijo Bretón al que consideró su amigo hasta ese preciso instante, cuando ya era consciente de que sus confesiones tras los barrotes ya habían trascendido a la opinión pública.

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