La continuidad de la ofensiva, la brutalidad con la que se está llevando a cabo en un hemisferio en el que la población civil no tiene vías de escape y en donde los objetivos civiles, incluso de edificios protegidos por la ONU, son atacados sistemáticamente, emiten señales que ya no pueden ser ignoradas. La ecuación de considerar Hamas como una organización terrorista y provocadora con el derecho de respuesta absolutamente desproporcionado de Israel ha dejado de funcionar.
Muchos periódicos repasan la hemerotecas y elaboraran un vademécum de las vulneraciones del derecho internacional que ha llevado a cabo el Estado de Israel desde su fundación y las masacres que lleva cometidas.
La inercia ciudadana en muchos rincones del mundo contra la guerra de Irak está encontrando continuidad en las protestas contra la política de Israel. Los tiempos han cambiado y Olmert y quienes le acompañan no se han dado cuenta.
El viejo juego de considerar que el Holocausto nos obliga a certificar el derecho de Israel a la barbarie ha encontrado por fin fecha de caducidad y muchos ciudadanos del mundo e importantes líderes de opinión se han rebelado contra la pretensión de que criticar la política de Israel sea un acto de antisemitismo.
Pero la más peligrosa de las armas que le pueden hacer daño a esta política desarrollada sistemáticamente por Israel también se está imponiendo es la profunda deslealtad de los gobernantes del Estado hebreo con sus antepasados sacrificados en el Holocausto, según lo cual estarían utilizando el horror de aquella barbarie para arrostrarse el derecho a ser verdugos sin control. Un insulto imperdonable a quienes se dejaron la vida en los campos de concentración porque en su nombre estarían imitando a sus verdugos.